Esta semana, unos listos de cojones han tachado la palabra Flamenco. Se trata de la Fundación que otorga los premios Jaume Iº en la Comunidad Valenciana. También esta semana, ayer, se ha celebrado el Día Mundial del Flamenco, coincidiendo con el día que la Unesco declaró esta manifestación como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La campaña de marketing pretendía tachar los tópicos que impiden proyectar una imagen de modernidad. Otros conceptos tachados en diferentes soportes urbanos como si fueran frenos del futuro han sido los términos «Tapas», «Toros», entre otros, incluyendo «Paella» (tan valenciana, sin embargo, todo hay que decirlo, no sólo lo que da la razón al espumarajo de nuestras rabias en alguna red social). Pero no hay que ser experto en marketing para detectar que la mayoría de esos tópicos supuestamente dañinos coinciden con el imaginario de lo andaluz. ¡Ay!

¡Tras, tras!

Si todo ese marketing para modernizar la imagen de una región lo llega a firmar otro partido en campaña electoral, Susana Díaz habría salido vestida con la bandera blanquiverde como una especie de Agustina de Andalucía o como la Libertad guiando al pueblo, el apasionado lienzo de Delacroix que se puede admirar en el Louvre. Porque Andalucía ha sido en estos casi cuarenta años identificada con la Junta, uno de los grandes logros estratégicos de un PSOE eterno en su gobernanza. Pero tiene razón Díaz cuando alerta de cierto desprecio a todo lo que huele a andaluz. Tachar ahora la palabra Flamenco es de una incultura lacerante y apesta. En lo que no tiene razón ninguna es en utilizar ese tufillo supremacista para abanderarse como la única ofendida y defender décadas de inercia negativa en casi todos los indicadores de desarrollo. El PSOE no ha sabido ni quizá querido en el fondo poner a esta comunidad de popa a sotavento.

¡Toma, que toma!

Cuando los ciclos de Kondrátiev (expansión, estancamiento y recesión), o sus cortas adaptaciones a la vertiginosa velocidad de nuestro tiempo, nos vuelvan a acercar a los años de vacas flacas, Andalucía volverá a ser región preferente de ser ayudada por los otros europeos con fondos de convergencia. Igual que siempre, porque no se han consolidado los supuestos logros que, según el PSOE andaluz, la han convertido en «Imparable». Un tópico electoral que sí que habría que tachar de la historia reciente de Andalucía. A muchos de los que creemos estar entre los ciudadanos más importantes de España (por ser de la región más importante de España, no por ser superiores a nadie; ni mucho menos inferiores) nos encabrona que Andalucía no deje de rondar el millón de parados y quienes trabajan estén entre los peor pagados y demasiados tengan con empleos precarios.

¡Dale que dale!

Por eso, tanto derecho tienen los candidatos de los partidos que quieren cambiar esa inercia como la propia Susana Díaz a defender esta tierra. Aunque en ciertos ambientes esa obviedad no lo parezca y a muchos, que sí comprenden la higienización que supondría un cambio de gobierno a estas alturas, les resulte intolerable que esa deseada alternancia no se produzca sino es con el propio PSOE. Pero eso es imposible. Clientelismos aparte que, lógicamente, son directamente proporcionales al tiempo que un mismo partido gobierna -es humano-, la democracia española sigue teniendo demasiado voto cautivo como para que los partidos que han tocado poder se renueven de verdad sin pasar por la catarsis de una derrota. El firme suelo electoral que hasta 2015 -veremos el 2 D- ha tenido el PSOE andaluz, aunque haya bajado, sigue siendo más que suficiente para que mucha gente dentro del octopus político sólo piense en jubilarse entre sus patas, no en inventar nada ni en ilusionarse con todo. Es ese suelo electoral el que da la victoria al PSOE en las autonómicas (no en importantes ciudades en las municipales). Es ese votante que sólo vota PSOE pase lo que pase el que mantiene a Andalucía, y al parecer felizmente, como al protagonista del nuevo anuncio de la Lotería, inspirado en el de la película Atrapado en el tiempo.

¡Arsa!

Para convivir, siempre hay que renunciar a algo. Lo hacen con naturalidad democrática quienes son gobernados por aquellos a quienes no han votado. Renunciar al voto habitual cuando es necesario (quizá para algunos estos casi 40 años lo sean) es también un inteligente acto de generosidad y ciudadanía que dinamiza a la larga a toda la clase política. Si soy capaz de quitarle el voto a los «míos·, a ti te lo quito antes. Si los ciudadanos entendieran esto -incluso los que están a sueldo o cautivos de su herencia familiar-, quizá no sólo en Andalucía, sino donde haga falta y con el partido que sea, harían temblar a los parásitos. Si lo entendiera un número suficiente de andaluces, quizá entonces Andalucía avance, pero de verdad. Y sin dejar por ello de ser nunca Andalucía, ¡Ay! ¡Tras tras! ¡Toma que toma! ¡Dale que dale! ¡Arsa! Y ¡Olé!...Porque hoy es Sábado.