¿Has visto a Paquita Salas? Gordita, en la frontera de los cincuenta, traje de chaqueta pasado de moda, peluquería Terelu, con un gin tonic en la mano y empresa de sí misma sin pelos en la lengua a la caza de una actriz 360. Si no las has visto en los Premios Goya, en los que presentó el premio a la mejor actriz revelación, ni en la serie de su nombre que triunfa en Netflix, no sigas perdiéndotela. Busca su estrella venida a menos. Un personaje entre lo excéntrico natural y lo cotidiano a tamaño humano que por encima de cualquier otro adjetivo resulta entrañable. Pocas criaturas de ficción consiguen aunar a su alrededor la admiración de diferentes generaciones de público y de género. Es difícil ser inmune a la frescura y fuerza de este personaje de ficción -tardé en descubrirlo y lo hice arrastrado por las risas e insistencia de mis mujeres, fans incondicionales de Paquita- definido por su carácter luchador, su lenguaje entraña frente a cualquier adversidad, su ineptitud para manejarse en el exigente universo tecnológico, su defensa de valores como la nobleza, la amistad o la lealtad. Esos por los que ha sido traicionada sin tacto, y por su manera de mantenerse superviviente en una época en la que está demodé. Paquita Salas es inasequible al desaliento y desde su espontaneidad de laca pero sin cartón se expresa libre, sin ponerle maquillaje a lo que piensa y transmite.

Estas son algunas de las claves de la anti heroína convertida en el popular personaje creado por Javier Calvo y Javier Ambrosio -los Javi- en la plataforma Flooxer de Astresmedia en 2016, y al que le pone personalidad y humor Brays Efe en un alarde de transinterpretación. Este actor de treinta años tiene el mérito de hacer de mujer inyectándole verosimilitud y autenticidad a la gloria de las webseries y cuya gran parte de su éxito se le debe a su manera de trabajar su carnalidad real, consiguiendo superar con creces el riesgo de mantener el magnetismo del personaje y que los espectadores se olviden de que es un hombre, de que la edad que los separa es la distancia normal entre una madre y un hijo. Sin duda Brays Efe es la esencia pura de esta representante de actrices que tiene enamorada al público, principalmente femenino y cada vez más a los hombres que también sucumbimos a sus desventuras, a la radiografía de España y de la vida que pone bajo su lupa con ecos de Almodóvar y la cosecha propia de sus creadores con talento y piel.

En esta semana le han otorgado el Premio Ondas a Paquita Salas. Lo celebró ella en su camerino tomando su preferido piquislabis de gin tonic con torreznos, porque anda haciendo dieta zen en la segunda temporada de la serie, llena de críticas hilarantes al mundo de coaching, al boicot en las redes, y al coworking. Fueron los Javi quiénes salieron a dar las gracias al jurado y al público. El galardón ha reconocido la serie -con proyección en 190 países y dos temporadas de cinco capítulos de media hora- por su carácter diferente, sin prejuicios y con personajes singulares que descarnan emociones de tocar a todos, como la esperanza, la soledad, el fracaso, los sueños de salir adelante, y que lleva a cabo una sátira mordaz sobre las amarga trastienda del mundo del cine y la difícil profesión de actor. Las mismas razones por las que el año pasado consiguió tres premios Feroz de la Crítica. Pero sobre todo el respaldo de una audiencia de millones de millennials, a la que sumarle los de otras generaciones fascinadas por esta mujer empoderada con un humor que no es ordinario, que contagia ternura y el buen rollo que desprende el ser una serie hecha por tres amigos que disfrutan mucho haciéndola, sin apenas presupuesto y dejando campo libre a la improvisación de diálogos naturales que crean situaciones divertidas, y pasan memoria a la década de los años novena con sus series de éxito televisivo, hurgando de paso en los estereotipos de la belleza femenina. Aunque su fondo emocional y lúcido es proponer, según sus creadores, «un homenaje a la gente que no mide su carrera por el éxito o el fracaso, sino por la felicidad que sienten dedicando su vida a lo que de verdad les apasiona».

Desde su nacimiento en internet no ha dejado de aumentar de boca en boca el pedigrí desclasado de esta triunfadora management de aquella década en la que encumbraba a todas sus representadas, descubría talentos nuevos y que ahora sobrevive abandonada por sus estrellas y por la de ella misma al frente de su agencia. Una realidad de la que se defiende con dignidad y las únicas ayudas de su inseparable y sufridora asistente Magüi -espléndida en su papel Belén Cuesta-; el aval de haber contado en su cartera con la actriz de moda Macarena García; con Lidia San José parodiándose con estilo, y con el grito de batalla de su seguridad en su buena labor de agente artística, cada vez que decide apostar por una actriz en ciernes: «Tú, de Acacias para arriba». La serie en la que se han forjado durante años tantos intérpretes españoles y a la que le han ido sucediendo muchas otras como El secreto de Puente Viejo. No creo que cuando en una tarde de sofá, sus alquimistas concibieron al personaje cuyo primer sketch en Instagram obtuvo más de 1.500 likes y de ahí a realizar cinco capítulos de 20 minutos en 8 días y sin más presupuesto que para comprar comida en un chino, imaginaran que su anti heroína de armas tomar, adicta a la bollería industrial y al atracón en los momentos bajos de la vida, iba a convertirse en un mediático icono doméstico de una España cañí que se mantiene viva el pan y circo de cada día.

Paquita Salas es el ejemplo de que hay mucho talento al margen de las cadenas generalistas, y que las plataformas de Internet representan nuevas maneras de crear y transmitir nuevos lenguajes artísticos. Lo mismo que proyectos que no quieren ser rehenes de los peajes comerciales del mercado y los oscuros mecanismos del éxito entre las piernas. De hecho es curioso que el toque de comedia española de Paquita Salas haya triunfado en Internet cuando en la pantalla blanca se evidencia un hartazgo del espectador frente a ese mismo género. Algo o mucho está cambiando con la serie Arde Madrid de Paco León también en Netflix, y en la que además de la exquisita fotografía en blanco y negro, se sale Inma Cuesta en su papel de criada espía de Ava Gardner; con la sutileza y elegancia de La otra mirada de Miguel Ángel del Arco sobre una Sevilla de los años 20 y la escuela de señoritas que las forja en un incipiente feminismo. Y con la fuerza narrativa del thriller shakesperiano Gigantes de Enrique Urbizu. Está claro que Netflix, junto con HBO o Filmin, está revitalizando el cine y destaca por una apuesta más sólida basada en buenos guiones, nuevos talentos y formatos de tiempo corto. Un cóctel que no deja de atraer a un público cinéfilo cansado de las grandes producciones de efectos espaciales, de historias déjà vu, de actores que se repiten sin registros y con opaca pronunciación. El auge de esta nueva forma de hacer y de consumir cine por streaming favorece cantos apocalípticos que auguran la muerte de la exhibición comercial en grandes salas.

No sucederá. El público se diversificará o alternará entre cómodas sesiones en su casa, frente a un menú de estas producciones de garantizada calidad y la manera clásica de asistir a los espacios cinéfilos de la cultura que nos ha hecho amantes del buen cine. No renuncio a los fines de semana en las salas del Albéniz de Málaga con versiones subtituladas de películas asiáticas, centro europeas, galardonadas en Berlín o en Sundance, independientes, ni a propuestas documentales. Tampoco a estas plataformas que me acercan películas que dejan un buen sabor y conversaciones inteligentes en torno a ellas, o el descubrimiento de Paquita Salas y su saludable efecto de la risa que divierte y refleja una realidad a cuyo dramatismo de la verdad le opone el humor y la humanidad de una mujer 360.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es