Ante el curso que ha ido tomando la historia, muchos reclaman la presencia de la izquierda. En su mayoría son nostálgicos convencidos, inasequibles al desaliento. Pero su llamada suele perderse, unas veces como voz en el desierto y otras, por el contrario, en medio del tumulto político, donde resulta imposible distinguir unas voces de otras. La izquierda, afirma Félix Ovejero en tono quejoso y rotundo, no está ni se le espera. No deja de ser irónico que se eche de menos a la izquierda justamente cuando parecía llegada su hora, con la última gran crisis del capitalismo. Las fuerzas políticas que ocupan el espacio de la derecha se reconocen fácilmente, pero con la izquierda no ocurre lo mismo, bien porque las etiquetas clásicas han sido borradas, los votantes han desahuciado a los partidos que la representan, o bien porque estos procuran camuflarse bajo otras apariencias. El caso es que con el paso del tiempo y la dirección que parecen tomar los cambios sociales, en particular los que afectan a la desigualdad, la pregunta por la izquierda se hace más acuciante. Pero su formulación no es en absoluto reciente. El asunto lleva décadas provocando una perplejidad cada vez mayor. La cuestión fue planteada de manera inevitable y urgente tras la desintegración del bloque comunista. En su última entrevista, concedida dos años después de la caída del muro al sociólogo británico Steven Lukes, socialdemócrata declarado como él, Isaiah Berlin admitía una enorme confusión en torno al significado del término «izquierda», postulaba que su suerte había quedado definitivamente comprometida por la existencia de la Unión Soviética y, si acaso, aludía, aunque sin nombrarlo, a algún posible ejemplo en América Latina, un continente espoleado por la pobreza y la distancia entre las clases sociales, de un movimiento que puediera ser considerado «de izquierda». Hay quien adelanta la crisis a mayo del 68, el acontecimiento que hizo saltar en pedazos a la izquierda histórica, ya dividida, dando lugar a «la nueva izquierda». De acuerdo con esta cronología, Félix Ovejero sostiene que en París la izquierda volvió a la adolescencia política, donde según él sigue, perdida en inanidades que la distraen de la misión de perseguir los fines que desde su origen constituyen su razón de ser. Allí se dejó notar el desorden de la izquierda, que «anda mal, muy mal», como cada día ponen de manifiesto su indefinición ideológica, la impotencia ante los efectos negativos del proceso de globalización y la pérdida acelerada de apoyos electorales. La izquierda ha cosechado en su historia grandes éxitos y fracasos catastróficos. Entre los primeros destaca el fuerte impulso dado a la democratización de las sociedades industriales mediante la palanca del sufragio universal y el Estado de bienestar, que fue en parte también un producto de las circunstancias históricas y que, sin haber tenido un desarrollo completo, en la actualidad se ve sometido a un cuestionamiento que presagia un futuro diferente e incierto. Las adversidades que ha padecido la izquierda, han supuesto para ella un duro choque con la realidad y con la resistencia que oponen la naturaleza, la antropología y la complejidad de la vida social a su pretensión de lograr una sociedad igualitaria. Félix Ovejero revisa las dificultades que se interponen en la realización del ideal izquierdista a la luz de la experiencia histórica y propone los ajustes pertinentes en el diseño institucional de aquella sociedad y en la estrategia a seguir para alcanzarla. Con el dominio de los grandes debates teóricos que ya había demostrado en numerosas publicaciones, argumenta sobre las diferencias creadas por los imprescindibles incentivos, los fallos del estado, la conveniencia de atender las razones del liberalismo igualitario, las alambicadas motivaciones de los ciudadanos o el alcance insuficiente de las instituciones a la hora de reorganizar la sociedad, temas todos ellos incómodos, que la izquierda acostumbra a ignorar o esquivar. Del razonamiento de Ovejero se deduce que la izquierda ha entrado en declive desde el momento en que ya no quiso tomarse en serio el ideal que le dio vida, dejó de pensar y se rindió a las tentaciones de la política fácil, el populismo y la competición electoral. Los textos reunidos en este libro, que corresponden a monografías, reseñas bibliográficas y conferencias, todos ellos publicados anteriormente, excepto la introducción, analizan sin prejuicios ni reservas de ningún tipo los desafíos y las flaquezas de las que ha ido quedando huella en la actuación histórica de la izquierda. El profesor barcelonés lleva su empeño hasta el final con todas las consecuencias y con una honestidad intelectual infrecuente en el análisis político. Todo es revisable, de acuerdo con las conclusiones de los estudios empíricos y analíticos, salvo los principios de la igualdad y el autogobierno en los que la izquierda, asegura, debe perseverar por encima de las vicisitudes, los dilemas y los contratiempos de su acción política. El título del libro, sin embargo, dirige la atención hacia la inclinación que Ovejero percibe actualmente en ciertos sectores de la izquierda a asumir premisas nacionalistas, multiculturalistas y comunitaristas que tienen sus raíces en el pensamiento reaccionario, nacido contra las ideas ilustradas, de las que el socialismo es una continuación. Ovejero opina que este desvarío es todo un síntoma del estado de la izquierda, de su renuncia a moldear una sociedad distinta de individuos igualmente libres, su deslealtad hacia una tradición y la tendencia a convertir la ciudadanía en un mercado electoral segmentado, donde se hace una oferta específica a cada grupo social que proclama una identidad diferenciada con tal de obtener su conformidad. Es probable que el acento que Ovejero pone en esta deriva de la izquierda tenga relación con la experiencia vivida en Cataluña, que le decidió a participar en la creación de plataformas de izquierda no nacionalistas y, posteriormente, en la fundación de Ciudadanos. La misma tendencia a archivar el ideario original y entregarse a las nuevas formas de hacer política, sensible a las emociones y de efectos inmediatos, se observa en la izquierda de todas las democracias avanzadas. La cuestión es si aquí reside la causa principal de la aflicción de la izquierda. Ovejero no acaba de centrar el gran problema que está en el origen de la debacle histórica de los partidos socialistas, pero da pistas suficientes para hacerlo. Deshace tópicos, descubre ángulos inéditos, lidia con paradojas contumaces y ensaya respuestas imaginativas con una disciplina mental férrea. El esfuerzo es digno de encomio. Pero quizá no baste y haya que pensarlo todo de nuevo, desde el principio, porque el ciclo histórico de la izquierda se esté agotando. ¿Podría suceder que el ideal del acceso igual a la libertad mantenga una vigencia plena, pero el socialismo no? ¿Tendría hoy audiencia y apoyo para gobernar una izquierda cosmopolita, igualitaria, que se propusiera transformar de verdad la sociedad capitalista?