El otro día hablábamos aquí de la extensión o los límites de la libertad de expresión o, mejor dicho, nos preguntábamos si debía tenerlos. Esta semana un juez ha condenado a otro a pagar 70.000 euros a Irene Montero, dirigente de Podemos, por un lamentable ripio que era a todas luces insultante. 70.000 napos, oiga. Mucho dinero. ¿Por qué cuando dicen algo así del Rey, por ejemplo, nos parece magnífico y no cuando se trata de Montero? Quien habla del monarca habla de cualquier asunto religioso (católico, musulmán, etcétera...). Juan Soto Ivars, un magnífico columnista periodístico amén de escritor, dio con ese brillante argumento (no es mío, aunque lo reproduzco de memoria) la tabarra en Twitter la semana pasada y, por lo visto, lo acusaron de blanquear el fascismo. Parece que disentir y reflexionar un poco sobre un hecho anecdótico que señala justo al desagüe por donde se nos va la democracia es ser fascista. Pues nada. ¿Qué se puede insultar y qué no? ¿Quién tiene el patrimonio de la ofensa personal? ¿Quién tiene derecho a sentirse ofendido y quién no? ¿Dónde acaba la libertad de expresión?

Hoy, y eso es lo que no me gusta, hay quien se ha erigido en defensor de todos los sectores y colectivos sociales y, tras hacer un somero estudio de quién merece defensa y quién no, esparce la semilla de lo legítimo o no, pontifica y así poco a poco nos estamos yendo todos al carajo. Eso me recuerda aquella magnífica manifestación del Santo Chumino para denunciar las humillaciones que la Iglesia ha infligido a las mujeres a lo largo de la historia. ¿Para denunciar eso hace falta ridiculizar la Semana Santa? Lo peor de todo es que mi postura personal es que no debe haber delitos sobre estos aspectos que atañen al núcleo íntimo de la personalidad y a sus sentimientos, es decir, yo no me siento ofendido si alguien hace chanza de algún símbolo religioso, sea el que sea, ni tampoco si un humorista, en el ejercicio legítimo de su derecho a montar el espectáculo como le dé la gana, se suena los mocos con la bandera de España. No me siento, repito, ofendido, aunque crea que para hacer humor o denunciar una situación no sea necesario insultar o menoscabar la dignidad o los sentimientos de nadie, pero eso ya queda, en mi caso, al albur de la conciencia y del buen gusto de cada cual. Lo mismo ocurre con lo otro: ¿está bien insultar al Rey o que un tipo haga un rap poniéndolo a parir o jaleando a ETA y no se puede opinar sobre según qué cosas de los dirigentes del partido morado, que ahora da carnés de quién es criticable y quién no? Me parece igual que en el caso anterior. Y si Montero se fue al juez y el togado consideró que su honor vale eso, pues muy bien. Hay que respetar las decisiones judiciales, lo que no puede ocurrir, bajo ninguna circunstancia, es que según quién sí está permitida la chanza o la crítica o la mala baba y para otros, nada.