La 'nueva política' es un campo abonado para la novedad y, a la vez, para la decrepitud. ¿Qué cómo se come eso? Pues muy fácil. Vamos a distanciarnos, vean el caso de Italia. El Movimiento 5 Estrellas, que fundó el histriónico cómico Beppe Grillo, es un claro ejemplo. Aportó la novedad ganándose el favor de miles de indignados con los partidos de toda la vida. No resultaba demasiado complicado tratándose como se trata de un país como el italiano sujeto a grandes terremotos partitocráticos. El histrionismo de Grillo era en sí mismo un hecho asombroso, no porque no hubiera habido con anterioridad otros payasos probando suerte en la política, sino por el gran éxito obtenido. Los grillini consiguieron, de entrada, adueñarse de algunas ciudades importantes, y más tarde de Roma, con una alcaldesa, Virginia Raggi, tan singularmente caótica que pronto hizo que los romanos echasen de menos el caos y la corrupción de siempre. Acostumbrada a mantenerse en la cuerda floja, últimamente ha sido absuelta de una acusación de falso testimonio por lo que es posible, si no protagoniza un nuevo terremoto, que pueda concluir su mandato. Pero, una vez despejada la novedad que representó su irrupción en la política, lo hará con decrepitud como muchos de sus antecesores. Los italianos también se acostumbrarán pronto a que el líder del M5S, Di Maio, vicepresidente del Consejo de Ministros, se haya convertido en titular de la cartera de Trabajo sin haber trabajado en su vida. Otra novedad. En lo único que realmente se está distinguiendo el nuevo partido de Italia de los viejos es en la velocidad con que depura. Los grillini que no obedecen sin rechistar a sus líderes son inmediatamente apartados, como los senadores que votaron en contra del decreto de inmigración del neofascista Salvini. En Podemos, la homologación española del M5S, han quedado en el camino más de la mitad de los fundadores que lo iniciaron. La nueva política es mucho más expeditiva que la vieja. Es la novedad que mantiene.