La jerarquía en la gestión de residuos establece la prevención (reducción) como primera opción, seguida de la reutilización y del reciclaje. A las que añadiríamos la recuperación y, solo en último lugar, el depósito de ese deshecho en un vertedero.

Pero nada de esto tiene sentido si no aplicamos un nuevo principio antes de cualquiera de los citados: el de repensar nuestro estilo de vida.

Por el mero hecho de existir, impactamos en el entorno. Las actividades cotidianas -como comer, vestirse o desplazarse- tienen un efecto ambiental negativo. Todas ellas requieren de recursos y generan residuos. Recientemente, se han acuñado varios términos que permiten cuantificar el impacto ambiental. En este sentido, el término de huella de carbono es un indicador que mide el impacto de un producto o servicio sobre el calentamiento global, mediante el cálculo de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) causadas directa o indirectamente en su desarrollo. De forma análoga, la huella hídrica hace referencia al consumo total de agua dulce, directa o indirecta, de un producto o servicio. Ambos conceptos pueden ser aplicados a mayores escalas y para ello resulta fundamental conocer el ciclo de vida completo del producto o servicio analizado.

Por ejemplo, se estima que cada kilogramo de cordero posee una huella de carbono de 39,2 kg de CO2; el vacuno, de 27 kg CO2/kg; 6,9 kg de CO2/kg en el caso del pollo; 2 kg CO2/kg si hablamos de verduras y 1,1 kg CO2/kg por parte de las frutas, como promedio general. Si comparamos la huella de carbono de productos que proceden de lugares diferentes, observamos los siguientes datos: la huella de carbono de los plátanos que proceden de España es 1,18 kg CO2/kg, frente a 1,43 kg CO2/kg si llegan de Costa Rica; o 0,89 kg CO2/kg en el caso de los espárragos de España, frente a 1,59 kg CO2/kg de aquellos que importamos de Marruecos (datos extraídos de www.carbonfootprint.org; Dole Bananas, 2012; Hofer, 2009).

En lo relativo a la huella hídrica, para la carne de vacuno se estima en 15.400 litros por cada kg de carne como promedio mundial; para la carne de oveja son 10.400 L/kg; mientras que el cerdo requiere de 6.000 L/kg, la cabra de 5.500 L/kg y el pollo de 4 300 L/kg. Para vegetales en general se estima una huella hídrica de 322 L/kg y, para frutas, de 962 L/kg (datos extraídos de www.waterfootprint.org y Mekonnen and Hoekstra (2010)).

Con los datos en la mano, podemos observar diferencias cuantitativas en el impacto ambiental de diferentes productos. En este sentido, cabe recomendar que no se abuse de la carne y se priorice el consumo de frutas y verduras. Además, deberíamos elegir alimentos que se produzcan cerca de nuestra casa, pues el propio transporte contribuye al incremento de las emisiones de CO2.

Otro punto fundamental es aprovechar al máximo los recursos y evitar que sobrepasen la fecha de caducidad para no desecharlos, puesto que entonces desperdiciaríamos toda el agua dulce que se empleó en su producción, así como contribuiríamos a la liberación gratuita de CO2. Otro ejemplo al respecto: si un kilo de pollo se caduca en nuestra nevera y hay que tirarlo al cubo de la basura, estaríamos deshaciéndonos también de 6,9 kg de CO2 y 4 300 litros de agua dulce.

La sostenibilidad a nivel doméstico pasa por usar el sentido común en la gestión del hogar y por aprovechar bien los recursos y los residuos, con la conciencia de que los pequeños gestos pueden contribuir a cambiar las tendencias globales. Con este objetivo, interesa que nos inspiremos en algunos hábitos de las generaciones pasadas. Sin renunciar a nuestra calidad de vida, deberíamos recuperar pautas de su mentalidad. A pesar de que no eran (o no siempre) conscientes de ello, su forma de vida era mucho más verde y sostenible que la nuestra; contaban con sistemas de recogida para reutilización del vidrio y otros materiales, reciclaban los residuos de cocina como alimentación animal en entornos rurales; o re-aprovechaban la comida en buen estado para elaborar nuevos platos, entre otras medidas.

Las nuevas filosofías de ‘residuo cero’ y ‘economía circular’ parecen estar, en el fondo, muy cerca de este estilo de vida. En este contexto, celebraciones como la de la Semana Europea para la Prevención de Residuos (que tiene lugar del 17 al 25 de noviembre), debe servirnos, sobre todo, para concienciarnos de la situación ambiental y reciclar nuestro estilo de vida hacia otro mucho más sostenible.

*Juana Fernández es profesora del Grado en Ciencias Ambientales de la Universidad de Navarra