Pedro Sánchez lleva tiempo escupiendo contra el viento, y el efecto boomerang se lo devolvió ayer en forma de salivazo independentista. Por suerte para él, un golpe de poniente desvió el tiro y acertó en su ministro de Exteriores. Pobre, para una vez que va. Cierto es que no fue un lapo de leyenda, de esos viscosos y guturales que llevan restos de pitraco, sino más bien un gesto casi imperceptible, cotidiano, como el de quien escupe las cáscaras de las pipas o un vello desubicado, pero, según Borrell, existir, existió. El escupitajo, no el vello. O sí, no sé. Desconozco las aficiones del diputado de Esquerra, Joan Salvador.

Ministro más indigno de la Historia, vergüenza, hooligan, son las lindezas que Rufián ha dedicado a Borrell. Productor de serrín y estiércol, le ha contestado el socialista. Eché en falta un a mí me rebota y a ti te explota. Así que la presidenta del Congreso colapsó como un Commodore 64 y se puso en plan Señorita Rottenmeier llamando al orden, y al tercer aviso Rufián fue devuelto a los corrales. Resultado, golpista o fascista se borran del diario de sesiones.

Pedro Sánchez, que no estaba presente por andar echándose Réflex en la espalda tras doblar el lomo frente al mausoleo de Mohamed V, se ha disculpado en redes sociales con el pueblo español por el escandaloso espectáculo. Se solidariza con Borrell y Ana Pastor, pero condenar, lo que se dice condenar los insultos y escupitajos, no los condena. Puede que se sepa incapaz por su falta de autoridad moral, por sustentar, aupar y pactar con los separatistas, por criar cuervos y convertir el Congreso, la Casa de la Palabra como lo llaman los finolis, en un prostíbulo australiano.

El presidente Sánchez ha perdido una magnífica oportunidad de arrimar su legado al concepto histórico de prohombre de Estado. Él tiene su mente en organizar imaginarios mundiales de fútbol y alargar su mandato, así que nadie espere lo que cabría esperar: una defensa a ultranza de un miembro de su gobierno, exigir respeto con el foro de todos los españoles y romper con todos aquellos que quebrantan el orden democrático. No me sorprende. Qué esperar en un gran país dejado de la mano de Dios, en el que los jueces son amenazados, se pactan presupuestos en la cárcel, se desea a Ortega Lara que vuelva al zulo, Bruselas no se cansa de enmendar la plana a una política errática, se ningunea a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, se sirve barra libre al primero que salta la valla, se desbalijan fondos públicos, se reviven fantasmas del pasado o se alimentan rencores olvidados. De aquellos barros, esputo mediante, estos lodos.

Y mientras tanto los diputados de PP y Ciudadanos asistiendo al burdo sainete desde sus placenteros asientos VIP, viendo cómo los socios de investidura se daban de lo lindo, como Susana Díaz disfrutando cuando Moreno y Marín dejaban pasar el debate echándose reproches a la cara en vez de hostigar y criticar la gestión de la presidenta de la Junta. Yo soy el mejor segundón, decía uno. No, yo soy mejor perdedor, afirmaba el otro. Porque no sé si lo saben, pero en dos semanas hay elecciones andaluzas.

En fin, Borrell puede esperar sentado a que Pedro Sánchez le defienda abiertamente por haber sido insultado y le diga a Rufián aquello de por qué no te callas. Del amor al odio hay un paso, y del insulto al indulto sólo una letra. Mañana todos tan amigos, y Sánchez comprando más alpiste.