Semana de aguas la que hemos vivido. Por una parte, las bravas, viendo los efectos de una marejada en los edificios que hacen suya la primera línea del mar y los de un salivazo a todo un ministro del Gobierno de España en pleno Congreso de los Diputados, que nos han dejado igualmente estupefactos, del verbo «No me lo puedo creer». Al común nos sorprende tanto la fuerza de la naturaleza como la ilimitada capacidad de los energúmenos de ERC en su constante y perpetua voluntad de ofendernos, aunque al momento se nos olvida, ya que ni el edificio ni el infame escupidor están donde debieran estar, y así pasa lo que pasa.

En el capítulo de aguas mansas, el debate de candidatos que tuvo lugar en Canal Sur ( la suya, la de aquellos) que planteado como un debate de propuestas y programas, terminó como comedia de situación ambientada en una reunión del AMPA del CEIP Blas Infante. Su único éxito fue tener más audiencia que La Copla, lo que a estas alturas no sé si es mérito del debate o ansia del televidente andaluz por ver algo en lo que no se señoreen trajes de corto, atrezo permanente marca de la casa hasta casi para dar el parte meteorológico. La mansedad de los participantes casi parecía responder a una actuación coreografiada, huérfana de ideas y con trucos para impactar que no tuvieron efecto ni en los familiares más cercanos de los candidatos y candidatas, que normalmente aplauden hasta los títulos de crédito. Bajo esa lámina de agua, tan anodina pero que esconde tanto cieno, nos jugamos los andaluces cuatro años más de algo: de lo mismo, de lo que no hay, de lo que queda o de sacar cabeza. «Torcido, desigual, blando y sonoro», decía Quevedo de un arroyo, que, al menos, era agua que iba a alguna parte.