En un mundo donde sabes que otra chica embarazada, rescatada junto a una patera hundida, desgraciadamente termina muriendo con su esperanza casi hecha carne en su vientre en una UCI móvil del hospital de Almería, mejor pasamos por un rato del bombardeo consumista del Black Friday. O de la pretendida disputa por la mejor o peor desratización en ciertas zonas de la ciudad, que en estos días ocupa a gobierno y parte de la oposición municipal de este paraíso occidental que es Málaga. Ganas de reñir, aquella obrita de los Quintero. Quizá la verdadera plaga sea de ratones coloraos.

Debatir de verdad

Y, por el contrario, también otra plaga es de ignorancia. Un tendero malagueño dice -respondiendo a una pregunta de una periodista sobre las elecciones andaluzas- que él vive en Fuengirola y cree que allí no se vota el 2 D, confundiéndose, probablemente, con las municipales del 26 de mayo de 2019. Los pocos que nos asomamos interesados a los debates electorales, que al menos existen de nuevo (aunque algunos a veces tan esclerotizados y comatosos que aburren y abochornan al espectador casi antes de comenzar, como ocurrió con el primer debate de candidatos en Canal Sur TV el pasado lunes), pudimos comprobar anteanoche que hay brío y mensajes contrastables en personas normales que no han dejado de serlo por estar en política. Ese debate del que hablo, de carácter sectorial, fue de nuevo en Canal Sur. Pareció que los cuatro escogidos por los partidos para que defendieran sus propuestas de verdad estaban debatiendo de verdad. Tres mujeres, Rocío Ruiz, por Ciudadanos; Ana Mestre, por el PP andaluz; la socialista Soledad Pérez; y José Ignacio García, por Adelante Andalucía, se batieron el cobre con soltura y aparente capacidad. La credibilidad que cada uno se ganó la valorarían los ciudadanos. Los que vimos el debate, claro. Cuatro gatos.

Pastor, lobos y ovejas

Lo que en la tele o en las redes sí han visto miles ha sido el rifirrafe entre Rufián y Borrell. Es humano comprender a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, cuando echó de la clase al travieso portavoz de Esquerra. Pero los indepes se alimentan de victimismo y agravios. Así que, para los suyos, este nuevo abuso de autoridad del estado opresor y bla bla bla es fuelle para seguir poniendo lazos amarillos hasta en los dulces de Navidad. Sin embargo, hay algo también muy humano que quizás haya pasado desapercibido en este nuevo derrame de «serrín y estiércol» parlamentario. Cuando los diputados catalanistas desalojaban airados el hemiciclo, cuando pasaban ante la bancada azul, delante del ministro de Exteriores -para Rufián sólo un «hooligan indigno de sociedad civil catalana»-, uno de ellos, Jordi Salvador, hizo un gesto con la boca. Siendo honrados, visto el gesto en las imágenes de informativos y redes difícilmente se puede decir que fue un ademán de escupitinajo o que escupió a Borrell. Pero el gesto revelador, el comportamiento humano al que me refiero no es ése€.

¡Eh! ¡Eh!

Cuando se miran bien las imágenes sin ralentizar ni editar, Borrell le grita un «¡Eh!, ¡eh!» muy sonoro al supuesto escupidor. Qué ocurre entonces. Pues ocurre que el diputado Joan Capdevila, que caminaba delante de su compañero Jordi Salvador, se para ante el bocinazo, como habría hecho cualquiera sin pensarlo. Por eso se creyó en un primer momento que quien había escupido o no fue Capdevila. Pero este hombre se paró al oír la voz de Borrell y le miró como preguntándole qué pasaba porque, precisamente, él no había hecho nada. A Jordi Salvador, en cambio, se le ve cómo mantiene el paso y sortea célere a su compañero Capdevila, cuando éste se queda parado, buscando la salida hasta desaparecer del escenario, dejando solo a Capdevila durante unos segundos interactuando con Borrell. Por eso, no por la poca nitidez de la imagen del vídeo para comprobar si el gesto es o no el de escupir, creo a Borrell cuando dice que Jordi Salvador le escupió.

Votar y botar

Hay desprecio institucional en la política española. Incluso odio. Y todo eso de golpistas y fascistas, junto al descrédito y manoseo de la justicia que Marchena ha intentado frenar, lo carga el diablo. Demasiados españoles votan por inercia heredada. Demasiados no votan. Y demasiados de los interesados o informados, de los que no tienen su voto cautivo o inamovible, votan con desagrado porque la política va obviando a los mejores y, por tanto, los mejores van dejando de estar en política. Además, la fragmentación del abanico político hace que se necesiten menos votos para obtener los escaños suficientes para pillar cacho en los parlamentos. La tentación de conformarse con menos votos en la que ya caen los partidos, los puede llevar a que extremen ese ejercicio tan electoral de prometer y decirles a los suyos sólo lo que quieren oír y como lo quieren oír, no lo que deberían escuchar. Lo estamos viendo también en esta campaña más nacional que andaluza€ Porque hoy es sábado.