Cualquiera que observe los actuales datos macro de EE UU diría que corren buenos tiempos para la economía norteamericana. Como le gusta afirmar reiteradamente a él, ¿estamos realmente ante el milagro Trump? Con un crecimiento superior al 4% y un desempleo inferior a ese mismo porcentaje, podría decirse que el gigante estadounidense goza de muy buena salud, con una aceleración galopante y un nivel de paro históricamente bajo. Pero quizá convenga no precipitar demasiado rápido nuestro juicio. Es fácil convenir que Donald Trump es un mandatario singularmente heterodoxo, y no solo en sus formas. Durante su larga campaña de acceso a la presidencia, tanto en las primarias del Partido Republicano como después contra la candidata demócrata, su mensaje esencial fue que su objetivo era restaurar los derechos de los trabajadores, que habían sido "machacados" como consecuencia de los errores de los malos acuerdos comerciales suscritos por sus predecesores, y de la enorme presión fiscal que soportan.

Para conseguirlo, prometió una importante reforma fiscal, un gran programa de infraestructuras, la renegociación de los tratados comerciales y la lucha contra la inmigración. Repasemos. Trump no recibió un mal legado económico de Barack Obama, antes al contrario. Su antecesor tuvo que gestionar, prácticamente desde el primer momento, la grave crisis financiera de 2008, y consiguió dejar la presidencia, tras su segundo mandato, con un crecimiento superior al 3% y un desempleo solo ligeramente por encima del 4. Una herencia más que positiva. En ese contexto, Trump se planteó crecer, durante diez años seguidos, por encima del 4%, lo que prácticamente será imposible de conseguir. Más allá de su palabrería, la primera gran medida fue, a finales de 2017, reducir los impuestos, de una forma drástica para las empresas, desde el 35% al 21%, y también a las personas físicas, pero en mayor medida a los ricos que a las clases media y baja. En teoría, ello estaría dirigido a conseguir que aumenten los salarios de los trabajadores, a través de un complejo y largo mecanismo. Si las empresas pagan menos impuestos, tendrán más dinero para invertir, y un mayor nivel de inversión dará lugar a una aceleración del crecimiento y a la creación de muchos puestos de trabajo, de forma que al aumentar la demanda de empleo se presionará al alza los salarios y ese aumento de las rentas incrementará la recaudación fiscal. Se equivoca.

Lo primero que cabe preguntarse es si era el momento adecuado para promover un impulso fiscal a una economía que, como hemos dicho, crecía a muy buen ritmo y se encontraba próxima al pleno empleo. Si hiciéramos caso a Keynes, creador de las políticas de estabilización macroeconómica, concluiríamos que son las etapas de expansión en las que cabe la austeridad presupuestaria, para reducir las deudas del Estado. Puestos a impulsar la economía, mejor sería aumentar el gasto social y en infraestructuras, que reducir impuestos. Pero Trump ha optado por lo contrario y, además, se hace una "trampa al solitario", común entre los republicanos norteamericanos: bajando los impuestos aumentaremos la recaudación, ya que el crecimiento será lo suficientemente importante para más que compensar la reducción de los tipos impositivos. Lo dijeron antes Reagan y Bush, y la evidencia puso de manifiesto que ambos fracasaron en el intento.

Los más probable es que las empresas no incrementen su inversión, sino que, como ya está sucediendo, con el aumento de los beneficios netos se produzcan importantes recompras de acciones, que solamente benefician a sus propietarios. Y si, a medio y largo plazo, esa reducción impositiva atrajera importantes inversiones extranjeras, el resultado sería una revalorización de la moneda estadounidense y un aumento del déficit comercial que él dice querer corregir. El recorte de impuestos está provocando ya un importante aumento del déficit fiscal que, según la oficina presupuestaria del Congreso, alcanzará cifras escandalosas en los próximos años, deteriorando todavía más las finanzas del Tesoro estadounidense. En ese escenario, la Reserva Federal tendrá más incentivos para aumentar, en mayor medida, los tipos de interés, de forma que, probablemente, la contracción monetaria tenga un efecto más poderoso que los estímulos fiscales. El presidente ya habla muy mal de la Fed, a cuyo primer responsable designó personalmente, porque no está acompañando su política expansiva. Resulta patente que el entorno fiscal anterior a Trump ya era suficientemente regresivo como para añadir ahora más leña al fuego de la desigualdad. Las enormes diferencias entre las partes superior e inferior de la distribución de la renta se están agrandando, con lo que también aumentarán las distorsiones de la economía. Ya casi nadie discute que las sociedades más desiguales terminan por presentar un desempeño económico peor y así lo pone de manifiesto, últimamente, hasta una entidad tan ortodoxa como el Fondo Monetario Internacional.

La otra gran pata de la política económica del presidente norteamericano está siendo el proteccionismo, según él, para reducir el déficit comercial y crear puestos de trabajo en la industria local. Como ya se ha señalado en otros momentos, por extraño que pueda parecer, la política comercial no tiene efectos reales sobre la balanza comercial. El déficit de la balanza en EE UU se debe esencialmente a que los norteamericanos no ahorran lo suficiente para financiar su inversión, por lo que necesitan financiación extranjera; mientras eso continúe así, existirá un déficit exterior de la economía norteamericana.

Pero es que, además, la historia demuestra que las guerras comerciales, como la que ha emprendido Trump esencialmente contra China, solamente generan problemas, también para la economía estadounidense, cuyos trabajadores se empobrecerán más, y para el mundo en general, con un aumento de la incertidumbre, la desconfianza, el deterioro del multilateralismo y, en consecuencia, un incremento de las tensiones internacionales.

En definitiva, cabe preguntarse, En definitiva, cabe preguntarse, a quién está beneficiando la "buena" marcha de la economía de los EE UU de América. Por paradójico que parezca, la política económica de Trump está perjudicando, fundamentalmente, a quienes le han hecho presidente: al mundo rural y a los trabajadores blancos del cinturón del óxido. Y, como cabría esperar conociendo los antecedentes del personaje, está beneficiando a los multimillonarios. En definitiva, las políticas de Trump no solamente consolidarán la tendencia de los últimos decenios a incrementar la desigualdad, sino que la agravarán. De momento, la economía estadounidense presenta, en el corto plazo, un desempeño excelente, pero no gracias a Trump, sino a pesar de los errores de Trump. Algunos están encantados con el resultado de las elecciones de mitad de mandato, en la que los demócratas han obtenido la mayoría de la Cámara de Representantes. Mi lectura no es tan positiva, porque el resultado demuestra que no existe un gran rechazo a Trump como, desde fuera, y a la vista de sus hechos, podría haberse pronosticado. Al contrario. Trump podrá intentar ahora llevar adelante su otra gran promesa electoral: financiar, conjuntamente con el sector privado, un amplio programa de infraestructuras, que su partido no ha apoyado hasta el momento, pero que quizá la mayoría demócrata del Congreso vea con buenos ojos.

*Juan Antonio Gisbert es economista