Lo merece porque después de años de sufrimiento hay sobre la mesa una oportunidad para negociar un alto el fuego. Visité la zona cuando todavía eran dos países: uno que se titulaba república democrática y era una dictadura comunista con capital en Adén, y otro que era más presentable (con límites) y tenía capital en la pintoresca Saná. Luego decidieron integrarse en la actual República de Yemen que uno no sabe si realmente existe porque lo que allí hay es una guerra atroz que ha provocado intervenciones extranjeras y un desastre humanitario sin parangón, con amplias zonas sin ley ni gobierno donde impera Al Qaeda, que desde allí planifica atentados terroristas. En el mejor de los casos, Yemen es un estado fallido.

Los houthis son una tribu norteña de religión zaydí, próxima a los chiítas de Irán, que se levantaron en armas hace tres décadas cuando los vecinos saudíes intentaron extender por Yemen su versión wahabita y muy conservadora del Islam, la misma que con su dinero han difundido por el mundo, como muestra la monumental mezquita de la M-30 de Madrid. Los houthis recibieron apoyo de los chiítas de Irán, enemiga regional de Arabia Saudita, y por eso Riad y Abu Dhabi decidieron invadir el Yemen con el pretexto de apoyar al presidente legítimo derribado por la revuelta houthi.

La única ideología de los houthis es ser ferozmente independientes y oponerse a la dominación extranjera. Reciben armas y dinero de Irán, pero tampoco quieren depender de Teherán. Su jefe es un líder feudal, Abdul Malek al-Houthi, que no parece tener un programa político claro, más allá de luchar contra el invasor. Utilizan tácticas aprendidas del Vietcong y se arreglan con muy poco dinero, unos 30 millones de dólares mensuales que obtienen de las aduanas del puerto de Hodeida, por donde entran los escasos alimentos y medicinas que llegan al país, y con lo que reciben de la poca cooperación internacional que les llega.

Los saudíes se han metido en un buen lío. Esperaban que con las armas que les dan los norteamericanos acabarían rápidamente con la rebelión houthi y no ha sido así. A pesar del apoyo en Inteligencia que les da Washington (decirles dónde está el enemigo) y del repostaje en vuelo, sus bombardeos son un desastre de imprecisión y las víctimas civiles se cuentan por millares. El caso más sonado tuvo lugar en agosto cuando un misil saudí impactó en un autobús escolar y mató a 44 niños. Las fotografías eran espantosas y son solo una muestra del desastre humanitario que esta guerra ha ocasionado: 10.000 muertos civiles y 14 millones de personas infra-alimentadas que según la ONU se enfrentarán a corto plazo a la peor hambruna de los últimos cien años en medio de una epidemia de cólera. Peor que Darfur.

Pero todo ha cambiado con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, que ha dañado severamente la imagen del príncipe heredero y hombre fuerte de Riad, Mohamed bin-Salman (MbS), al que la propia CIA acusa de ser el inspirador. Ya no es posible seguir mirando hacia otro lado sobre el uso del terrorismo por parte del Reino del Desierto (recuérdese que 17 de los 19 terroristas del 11-S eran saudíes) y sobre las meteduras de pata de este joven (33 años) e impulsivo gobernante que mientras se gasta mil millones de dólares (sí, han leído bien) en un yate y un castillo en Francia, no para de meter la pata en política exterior: Líbano (breve dimisión de Hariri), Qatar (pelotera familiar que no se acaba de resolver), y es el que se ha metido en el lío de Yemen, además de crear una crisis con Canadá después de detener a disidentes. Póker de ases. Y Erdogan, en el colmo del cinismo (como si en Turquía no desaparecieran periodistas) amenaza con seguir filtrando detalles del macabro asesinato de Khashoggi para mantener la presión internacional. Su objetivo es aprovechar esta debilidad coyuntural de Arabia Saudita para disputarle la hegemonía regional del Islam sunnita. Aquí, el que no corre vuela.

Tras el asesinato y la presión de una opinión pública horrorizada, Washington no ha tenido más remedio que cambiar el rumbo y presionar a Riad. Hace solo unos días que el secretario de Defensa norteamericano, Jim Mattis, ha pedido a los saudíes, los emiratíes y los houthis que se reúnan para discutir un alto el fuego, retirada de fuerzas y desmilitarización de las fronteras. Los peor pensados creen que el objetivo es también distraer a la opinión pública del asesinato de Khashoggi y echar una mano a Arabia Saudita cuando está atravesando momentos difíciles.

La ONU ha acogido con satisfacción esta propuesta que coincide con lo que viene pidiendo desde hace tiempo, y su enviado especial, Martin Griffiths, ya ha sondeado a las partes, al parecer con éxito, al tiempo que proponía otras «medidas de creación de confianza» para allanar el camino como son el intercambio de prisioneros y la reapertura del aeropuerto de Saná. De momento los houthis han dejado de tirar misiles a los saudíes, estos han parado sus bombardeos y la ofensiva sobre el puerto de Hodeida, que amenazaba con provocar otro desastre humanitario, también se ha detenido. Griffiths les ha convocado a todos en Estocolmo el 4 de diciembre para hablar de paz. Si estos esfuerzos tienen éxito arrojarían el primer rayo de esperanza para Yemen desde que hace dos años fracasó en Kuwait otro intento negociador. Hay que desearles suerte.

*Jorge Dezcállar es diplomático