Vivimos tiempos de crisis. El ambiente está muy cargado. Pero también nuestro interior. El que más y el que menos comete infracciones. Una tiene que ver con el exceso de nutrición y grasa. Las cifras lo confirman. En nuestro país, casi la mitad de los españoles sufren sobrepeso, un 14,5% tienen obesidad grave y el 16,1% de los niños, de 6 a 12 años de edad, es obeso. Cuando, hace ya décadas, se empezó a advertir de que los malos hábitos alimenticios de las modernas sociedades llevaban aparejados problemas sanitarios de gran magnitud, se insistió en que la dieta mediterránea nos salvaguardaba de esos males, propios de dichas sociedades. Pero nos hemos subido a ese carro. En cuanto la prisa y la cultura del mínimo esfuerzo empezaron a convertirse en el paradigma de nuestro modo de vida, nos dejamos invadir por la comida rápida, rica en grasas y azúcares, con sus nefastas consecuencias. Y ahora, señoras y señores, a ver cómo nos quitamos ese muerto de encima. Seguramente habrán oído hablar de las investigaciones llevadas a cabo por el neurocientífico Matthew Hill, de la Universidad de Wisconsin, el cual analizó las reacciones bioquímicas en el cerebro de unas ratas a las que se administró distintos tipos de dietas. Las que recibieron una elevada en grasas, quedaron 'enganchadas' y, cuando se les retiró la dosis de grasa, desarrollaron síntomas similares a los del síndrome de abstinencia que sufre un drogadicto cuando se le priva de su dosis. Muy fuerte. La verdad es que estamos llenos de adicciones. Una de ellas tiene que ver con los episodios repetidos de ingesta compulsiva. Y después, el dolor del arrepentimiento. De hecho, la mayoría de las personas manifiestan que se encuentran solas, tristes o estresadas y con los atracones intentan aliviar la sensación de tensión y vacío interno que experimentan. Además, como son recurrentes y no hay conductas compensatorias, tales como el vómito, suelen tener sobrepeso y, en ocasiones, obesidad franca. Sin duda estamos ante una problemática en la que el tratamiento dietético, por sí solo, no es suficiente, ya que suele aumentar el nivel de ansiedad y favorecer nuevos episodios que empeoran aún más el proceso. Por eso, se precisa, además de la dieta restrictiva y ejercicio físico, soporte psicoterapéutico, no debiendo menospreciar todo lo que conlleva y que, según los expertos, lleva camino de convertirse en la alteración más frecuente de la conducta alimentaria.