Los sapiens, entre los dos y tres años de edad aprendemos que nuestro mundo externo no es parte de nosotros, sino que nosotros somos parte de él. Todos, a esa edad transitamos por el vericueto de no querer compartir y de la rabieta del 'mío, mío, mío...' durante todo el día. El desconocimiento de nuestros progenitores de los mecanismos que nos impulsan a sentir de esa manera, nos acosa y nos acusa y nos persigue por no saber compartir, y nos estigmatiza con la dolorosa sospecha de que seremos unos recalcitrantes egoístas. Nacer sin el correspondiente manual de instrucciones de cómo se cría a un hijo tiene estas cosas...

'Lo nuestro', como expresión resultante de la integración de dos o más 'lo mío', es un concepto complejo que requiere de un buen aprendizaje y de una mejor práctica para asimilarlo y comprenderlo en toda su extensión. De su complejidad dimana que la mayoría de los sapiens padezcamos algún grado de discapacidad en el manejo y acierto a la hora de comprender y vehicular 'lo nuestro' con el respeto y la higiene debida. 'Lo nuestro', bien entendido, en todos los casos, sin excepción, abarca desde la compleja complicidad de un giño a modo de apócope gestual, hasta la inefable disertación sin fin de una perífrasis infinita.

Como expresión de la relación que nos une a los individuos tribales, cada una de nuestras tribus y subtribus tienen su particular 'lo nuestro'. Así, los amantes encubiertos, los amancebados, los unidos en santo matrimonio, los compañeros de clase, los de trabajo, los comuneros vecinales, los socios empresariales... tienen su particular 'lo nuestro'. Sí, sí, querido/a leyente, si en este momento se está sintiendo aludido/a es porque entre usted y yo existe 'lo nuestro', que define nuestra relación como un hecho diferencial del resto de nuestras otras relaciones. Por cierto, ¿qué está usted haciendo por lo nuestro?

En síntesis, como esencia relacional, 'lo nuestro' debiera consistir en la suma de las aportaciones de cada miembro de la tribu mediante la cual la relación se convierte en una unión que satisface las necesidades relacionales de los implicados. Pero, no siempre es así... A veces, incluso nunca es así.

¿Qué rayos significará 'lo nuestro' entre el líder de un partido político y sus lugartenientes? ¿Y entre el aparato y sus bases? Si Talleyrand-Périgord no estaba errado cuando afirmó que en política no hay convicciones, sino circunstancias, en los actuales partidos políticos no existe 'lo nuestro' sino 'nuestras circunstancias', la suyas de ellos, que, además, rolan tan veloces con los vientos que hasta llegan a no tener nada que ver con las circunstancias originales de sus bases, ni con las de sus votantes.

En periodos electorales, como el presente, el verbo es el agente activo de la erección de las ideas y el que las mantiene enhestadas y transfiguradas hiperbólicamente durante quince días. Es durante este periodo cuando se evidencia descarnadamente que el habla es un don del sapiens hasta que el sapiens se entrega a la política como profesión y como modus vivendi, que deviene un adminículo demostrativo de la alteridad mal entendida y peor ejercida. ¿Ponerse en el sitio del prójimo para pensar...? ¡Quita, quita, majarón, que estás majarón...!

Lo nuestro, lo de los ciudadanos de a pie, cada vez es menos conciliable con lo suyo, lo de ellos, los políticos que cobran por serlo, a los que cada vez se les ve más y más entregados a las faltas de respeto y a los dicterios, los baldones, los vilipendios, los denuestos, los oprobios, los vituperios, los agravios... Y a los másteres, claro. ¡Por supuesto, no faltaría más...! En la política patria cada vez se prodiga menos la serenidad y la morigeración colaborantes y constructivas. Pareciere que ni la una ni la otra existen ya en los hemiciclos de España. Tanto es así que de un tiempo a esta parte vivo en el pálpito de que el buen estilo y la dicacidad han huido para siempre de los confines patrios, espantados, porque el mal gusto, la mediocridad y las malas formas políticas ya empiezan a catalogar nuestro presente. Simplemente, lamentable.

Referido a él y a los suyos, parafraseando a Machado, me comentaba hace unos días un conocido político, barbiluengo para más señas, «lo nuestro es ganar, ganar haciendo caminos sobre la mar». Y me consta que el angelito no sabe nadar...