Alicia V. M. se suicidó arrojándose desde el quinto piso de un edificio de apartamentos de Madrid cuando la policía y los funcionarios del juzgado llamaron a su puerta para desahuciarla. La noticia salió en todas partes añadiendo a las bajas temperaturas de estos días un escalofrío de orden metafísico contra el que no existe chaleco de plumas capaz de protegernos. Finales de noviembre, en fin, de 2018. Entonces, llega una señora, de 65 años, salta desde el balcón de su vivienda, cae sobre el techo de una furgoneta y desde allí rueda hasta el suelo. La noticia no informaba sobre el tiempo que el cuerpo tardó en hacer ese recorrido vertical. ¿Segundos? ¿Décimas? Me pregunto por estos datos como el que antes de someterse a una cirugía pregunta si le pondrán anestesia local o total. Los telediarios tampoco dijeron si la mujer se había arreglado un poco antes de saltar o si se había arrojado al vacío en bata y zapatillas. No insisto en ello por morbo, sino porque me siento candidato a tirarme por la ventana. Todos, en el mundo actual, necesitamos un modelo de referencia de suicida como necesitamos un modelo de referencia de mendigo.

Si Alicia no se hubiera suicidado, habría estado a media mañana del día 26 de noviembre en medio de la calle sin saber muy bien dónde ir. En mi barrio, ese día llovió un poco a primera hora (cuando yo iba a por el periódico), pero luego las nubes se dispersaron y quedó una mañana soleada, aunque fresca. Ninguna cámara de televisión la habría seguido. Ningún periodista la habría acompañado durante esa primera jornada de indigente inexperta.

Suponemos que se habría ido sentando en los bancos fríos del centro de la ciudad, haciendo tiempo hasta que llegara la noche. Tal vez, si llevaba dinero, habría comido o cenado algo que la angustia le habría impedido tragar con normalidad. Y se habría echado a dormir en cualquier parte, soportando unas temperaturas de unos tres grados combinadas con las corrientes de aire procedentes de la Sierra de Madrid. Se habría despertado hecha polvo, tal vez con neumonía. Así, poco a poco, se habría ido deteriorando sin salir en los papeles hasta morir en un cajero automático. Significa que actuó con la sensatez con la que cabe actuar en un mundo como el que hemos creado. Descanse en paz.