Le Pen ya ha felicitado a Vox. El PP ya le pide sin recato el apoyo para desalojar al PSOE. Terremoto. O maremoto. Lo han conseguido entre todos. Tanto nombrar a Vox, tanto invocarlo, atacarlo, adularlo o pronunciar sus siglas, que no lo son, han obrado el milagro político: la ultraderecha se sentará en el Parlamento andaluz. Y lo peor, o lo mejor, claro, según la óptica de cada cual, es lo que está por venir. Vox ha abierto una puerta que seguro le da paso a mejores, aún, escenarios electorales en las europeas (circunscripción única), las generales y las municipales. Extrapolando este resultado, los de Santiago Abascal bien podrían lograr jugosos resultados, en número de concejales, en importantes ciudades, en municipios también pequeños o de todo tipo.

Después del debate de TVE celebrado entre Marín, Bonilla, Díaz y Rodríguez, las búsquedas en Google de Vox se multiplicaron. Susana Díaz no dejó de nombrarlo y el eje de ese debate fue la pregunta de Susana Díaz sobre Vox, sobre si Ciudadanos y PP pactarían con él. Tanto va Vox a las bocas que se desboca. Han tomado su nombre en vano y los electores le han dado carta de naturaleza. Pero no es sólo una cuestión de nombrarlo o no. Vox ha recogido a muchos descontentos, a muchas contraminorías (taurinos, cazadores, contrarios a las leyes de igualdad de género y a la inmigración, etc.) pero también a cabreados, huérfanos políticos, indignados proletas y más. Y ha hecho una potente campaña en redes sociales, en whatsapp, pero también en mítines. No es fácil, como sí hicieron ellos, por ejemplo en Málaga en la plaza de la Marina, congregar a dos mil personas en un acto.

Pero no sólo de Vox vive el hombre. El hombre de derechas. Las derechas suman 59 escaños. Ciudadanos ha subido espectacularmente pero los que estaban eufóricos eran los populares. Pierden siete escaños respecto a las elecciones de 2015, pero el ascenso de Ciudadanos, que pasa de 9 a 21 y la irrupción de Vox les da la posibilidad de gobernar por primera vez en Andalucía. Lo desean. Lo persiguen. Es su sueño. Andalucía es un objeto (legítimo) de deseo político de la derecha andaluza. Y tal vez podrá gobernarla ahora que, paradójicamente, más desunida está.

Al PP le ha tocado una lotería que podría llamarse Gobierno de la Junta. Pero Ciudadanos tal vez quiera la presidencia. Claro que no es sólo el PP quién puede proporcionársela. Ciudadanos ha sido uno de los grandes vencedores, pero al igual que una vez el PP ganó por mayoría no absoluta y fue un rotundo fracaso, ahora, el sólo hecho, pese a desangrarse en votos, de quedar segundos y no terceros (o cuartos) les proporciona (al PP) el liderazgo de la coalición derechista, de la CEDA a la andaluza rediviva o resucitada. Lo legitima, a Moreno Bonilla, para ejercer el liderazgo en ese flanco y pedir apoyos. Un pequeño Gil Robles de Málaga, salvando las distancias. Bonilla tiene suerte. Puede verse, decimos, como sucesor de Susana Díaz pese a haber llevado a su partido a límites bajos históricos.

Y luego está el PSOE andaluz. La depresión debe ser brutal. También en el socialismo nacional ha de ser de colosales proporciones. Un cambio histórico. A la hora de escribir estas líneas, Susana Díaz está en la televisión apelando aún a Ciudadanos para que le apoye y no se alíe con la derecha extrema. Bonilla anuncia que se presentará a la investidura. Díaz apela, con cara de pocos amigos y una ligera reconvención a los jóvenes que no han acudido a votar (la desmovilización y alta abstención ha perjudicado al socialismo) a que Ciudadanos no lidere de cara a las próximas elecciones un frente derechista.

«Hemos llegado para quedarnos»

Somos un partido regenerador, dice por su parte el desconocido líder andaluz de Vox. Y hemos llegado para quedarnos, añade ufano. Andalucía se cuela en los titulares de toda Europa. España se suma a fenómenos como el de Salvini en Europa. Vox ya había triunfado mucho antes de la noche electoral: metiendo sus asuntos y hasta sus propuestas en la agenda política. PP y Ciudadanos han llevado a muchos de sus votantes hasta el extremo derecho y muchos de ellos, ahí, han optado el día de las urnas por el original y no la copia.

La alternancia está servida. Ahora, todos los que decían que los andaluces votaban comprados, adocenados, clientelizados tendrán que cambiar algo su discurso. Han ganado (sumando) los suyos. Por lo que respecta a Adelante Andalucía, hay que certificar que la suma de factores no ha mejorado el resultado. Antonio Maíllo y Teresa Rodríguez han formado un buen tándem pero la confluencia que han liderado ha sacado tan sólo 17 escaños frente a los 20 que tenía Unidos Podemos. Adelante Andalucía ha recogido el testigo en cierto modo de un andalucismo de izquierdas que un día representó el PA. Pero tenía mucho de cóctel no apetecible para parte del electorado, por mucho que su campaña haya sido sensata, sentimental y plena de propuestas sociales y no de recetas para Cataluña.

La política hace extraños compañeros de escaño y cama y habitación. Torna en alianzas lo que fueron odios y a la inversa. Habría que ver qué piensa en su fuero interno Pedro Sánchez, que bien puede dar por pulverizada a su enemiga Susana Díaz.

Pero Sánchez sabe que esto es una ola que puede convertirse en tsunami llegadas las generales. No se va a meter el cronista a profeta, pero no es raro ni arriesgado, ni siquiera audaz, vaticinar que si en Andalucía Vox ha sacado tamaño resultado, qué va a sacar en un Madrid o en provincias o comunidades, digamos, más tradicionales.

Fue una noche larga y emocionante. Con recuento dilatado por incidencias. Una noche histórica.