PP y PSOE han gozado históricamente de suculentas mayorías absolutas, pero no existe ahora mismo ningún riesgo de que las repliquen. Podemos y Ciudadanos también obtuvieron resultados que les obligaban a gobernar España, aunque solo fuera en las encuestas. De nuevo, quedan descartados para ejercer el poder en solitario y condenados a apéndices del bipartidismo. La conclusión positiva es que tampoco Vox va a saltar de los doce escaños andaluces a La Moncloa, aunque tiene todo el derecho a acariciar esa ilusión. Como bien advierten los inversores de Wall Street, los árboles no crecen hasta el cielo.

Una vez limitado el poder de Vox que la izquierda bipolar desea infinito, conviene plantearse de dónde ha salido el combustible para propulsarlo a la Luna. Y se advierte aquí que los medios que crean a Vox no coinciden con los medios que creen en Vox. El aliento divino para los doce apóstoles de la ultraderecha moderada proviene de gentes que pretendían demonizarlo. Han creado un monstruo, que la incalificable Susana Díaz acabó de moldear al otorgarle el protagonismo de su campaña. Nadie sabe a quién vota la amalgama de un partido nacido con prisas, pero todos sus sufragios tenían un enemigo común. A por ella, donde ella no es solo Cataluña.

De Bolsonaro a Voxonaro, la campaña le ha salido gratis al partido de la extrema derecha tibia. Según es costumbre, los socialdemócratas y liberales declinantes aspiran a anular a Vox desde los supuestos que en primer lugar han proyectado al fulgurante partido. Los votantes concentrados en torno a Abascal estaban desperdigados por el arco parlamentario cuando se les consideraba ciudadanos ejemplares. Tal vez la sabiduría no consiste en combatir a Vox, sino en resolver las razones que explican su crecimiento cuarenta años después del fallecimiento de su líder natural, Francisco Franco.