Descansan los editorialistas, toman respiro los analistas, tertulianos de todo jaez engrasan argumentos. Persiste la resaca. Se hacen cábalas con soluciones a lo Mijas o a lo Borgen. Se piensa en puestos, se hacen listas, se recuentan afines, se repudian traidores. Andalucía es una gigantesca cesantía y una colección de aspirantes a cargos, momios, fundaciones, direcciones generales, delegaciones y canonjías. Empresas públicas. Viceconsejerías, consejerías, puestos utilísimos y necesarios o mamandurrias.

No hay 400.000 fascistas en Andalucía. Y si los hubiera, que se prepare el resto de España, dado que teóricamente aquí estaba la gran reserva de votos progresistas. Los que siempre han dicho que aquí se vota a lo analfabeto deberían conceder ahora, con semejante vuelco, que esto es inteligencia pura. No tanto, pero sí hay mucho listo.

Un factor que quizás no ha sido tenido suficientemente en cuenta: mucha gente no ha perdonado a Susana Díaz que quisiera irse a Madrid. Más: la indignación existe. «Voté a Podemos y ahora voto a Vox» es una frase que el cronista ha escuchado en estas dos jornadas más de una vez. No pocos jóvenes se han quedado en casa. Y no tan jóvenes. Ahora se indignan y ponen tuits. Que hubieran ido a votar, dicho sea sin la menor intención de dar ninguna lección y sí con un tono condescendiente como de té a media tarde con pasta insulsa.

Aún hay socialistas que intentan convencer a Susana Díaz de que lo ideal es gobernar junto a Ciudadanos (con la abstención de Adelante Andalucía) pero ostentando alguna Consejería. Es no haber entendido nada. Tratar de agarrarse a la brocha.

Juan Marín y Moreno Bonilla pugnan por ser el gallito del corral y que al otro le den mucho por los espolones. El líder del PP fue recibido en loor de multitudes ayer, cuando tuvo que rendir cuentas en Madrid al comité centralista de su partido. Pobre. Se acostaría a las tantas y lo hacen madrugar para comparecer en la villa y corte. Los cruasanes del AVE son duros y están malos o están duros y son malos. Encima llega y se le abraza Teodoro García Egea.

Pablo Casado dijo que habían ganado (sí, casi justo la mitad de escaños tienen los populares de los que llegó a sacar Javier Arenas) y se quedó tan pancho y tan ancho. Quiere liderar el cambio. En España somos muy de liderar el cambio. Es un mantra. La tal frase es un comodín, da como suerte. La utilizan progresistas o reaccionarios en campañas electorales de aquí y allá. Puedes llevar diez años en lo mismo pero sí dices que quieres liderar el cambio es como que te autoconcedes más crédito ante los demás. Otra cosa es qué piensen esos demás. Los demás son a veces muy molestos. Eso deben pensar en el Parlamento el día que se constituya, qué pechá de partidos, lo nunca visto. Qué apretura en los escaños. Esto parece hasta una sociedad plural.

Caras de luto en Torre Triana, monumento al funcionariado variopinto tenido por monolítico. Se avecinan días de despedida. Recogida de cartapacios. Las comidas y cenas de Navidad de los altos cargos socialistas se han aguado o se van a tornar en inopinadas y no queridas despedidas. Gracias por todo, jefe, si vienes por Sevilla ya sabes.

Hoy la ejecutiva federal del PSOE dirá algo. No pudo celebrarse ayer porque Pedro Sánchez estaba en Polonia, si bien no faltan los que opinan que está en Babia. Tal vez esté en el país de las nubes. O en el de la euforia, al ver cómo declina la estrella de Susana Díaz, que estará preguntándole a todos los sabios que tiene alrededor qué carajo ha pasado. A algunos Vox los ha dejado afónicos. El ahora casitodopoderoso Ábalos Mecos, secretario federal y ministro, al que se le está poniendo cara de Indalecio Prieto, no fue muy firme en la defensa de Díaz cuando los periodistas le preguntaron si ésta debería irse de la secretaría regional. No terminaron la pregunta. O sea, no dijeron irse a dónde. En no pocos cenáculos la sitúan como ministra (emoticono de incredulidad). No parece que vaya a irse. No está confirmado que se quede. No tenemos ni idea. No dependerá de ella seguramente. Tampoco está el PSOE ni para desperdiciar su talento político (aunque el olfato se le haya gripado un poco) ni para deshacerse de una constitucionalista destacada. Se hará raro verla haciendo oposición. En realidad se hará raro verla no mandando. «Si hubiera perdido me habría ido», dijo con un deje de languidez que un atribulado (o alocado cronista) podría confundir con la melancolía. Rara victoria. Falta Alfonso Guerra para definirla. A la victoria, no a Susana Díaz. De Guerra era lo de «amarga victoria» refiriéndose al PP de Aznar. Tú le das una victoria a Guerra y te la define. Le das una derrota y te abre un proceso de depuración, aunque sea mental, dado que ahora el hombre esté más en las musas y el teatro, la escritura y la contemplación que en las cosas de palacio.

La fiesta no ha hecho más que empezar. En breve, en virtud de la cuota autonómica de senadores (los que elige el Parlamento andaluz y se renuevan tras cada elecciones) habrá un senador de Vox. Ya están, o sea, en Madrid, en la Villa y Corte, en esa Cámara que quieren abolir, eliminar, cepillar, mandar a la historia y a los libros. Santiago Abascal tiene porte de senador clasicote, y si no de Roma, de los alrededores, pero le va más el caudillismo que la aristocracia. Se llegó a Sevilla anoche a apoyar a su candidato, Francisco Serrano, que es juez y parte y va a tener mucho que decir. Pablo Iglesias por su parte dijo más de lo admisible. Que hay que echarse a la calle. No. Hay que echarle al asunto más democracia no más alboroto y radicalidad. Qué coñazo de guerracivilismo. Y los concejales de todo pelaje extrapolando, que es gerundio. Extrapola que algo queda.