Todo apunta a que el automóvil privado -tal y como lo hemos conocido- acabará desapareciendo a lo largo del siglo XXI, si hemos de hacer caso a los titulares que la prensa nos ha brindado recientemente. Por este motivo, en Málaga hemos decidido rendirle un sentido homenaje por los servicios prestados desde su invención; cómo si no interpretar lo que está a punto de materializarse en la Alameda Principal de esta ciudad, al parecer de manera ya irreversible.

A la vista de los trabajos en curso, la visión va tomando forma invirtiendo los términos que la lógica dicta. Los ciudadanos desfilan a pleno sol por los laterales, como siervos que flanquean el verde palio que cobija a su dueño y señor: el coche, que en condición de tal ocupa su privilegiada posición central.

Nuestros antepasados plantaron hace muchísimo tiempo una doble alineación de árboles en el centro del bulevar con la esperanza de que sus descendientes disfrutaran de un dosel frondoso que cobijara sus momentos de ocio. Al menos esta era la intención de la Real Orden de Carlos III que le dio origen en 1783. Pero el tiempo (y las personas) han modificado sus prioridades al decidir que niños, jóvenes, amigos, familias y ancianos no son ya dignos de semejante honor y ahora deberán vagar por los andenes laterales, sorteando mesas, sombrillas y hangares de plástico que, de modo previsible, proliferarán en su superficie; además de las jardineras con arbolitos raquíticos que habrá que añadir para dar algo de sombra, ya que la de los grandes ficus quedará para refrescar la chapa de los vehículos que transiten por la calzada central.

Bonita metáfora de la época que nos ha tocado vivir.