Que un dato no te estropee una opinión brillante, así reza el axioma de los analistas políticos. A partir de ahí embarullan con el extremismo de Vox, que consideran equiparable a Podemos o todavía peor, según el punto de partida de cada opinador. La posición relativa de ambos partidos puede medirse, aunque ningún número disuadirá a los predicadores. De hecho, a más de uno le sorprenderá que el PP instalado en el supuesto centroderecha sea tan radical como el conglomerado bolivariano de Pablo Iglesias. El CIS pregunta a sus víctimas «dónde colocaría usted a cada uno de los siguientes partidos», ofreciéndoles una puntuación de uno a diez en el sentido de izquierda a derecha. A diferencia de la estimación de voto, este dato no puede violentarse sin empantanarse en la falsedad documental. Pues bien, el último barómetro sitúa al PP en un 8,3, y a Podemos en un 2,3. Es decir, se encuentran en puntos simétricos de extremismo, dada la cuota de subjetividad de la apreciación. Aceptando que los populares son menos extremistas que Vox, los Ultrasur de Abascal superan por la derecha el radicalismo de Iglesias por la izquierda.

El mayor extremismo de Podemos respecto a Vox solo puede ser desmentido por quienes defiendan que el PP se sitúa más a la ultraderecha que su vástago, un enunciado que también alcanzaría postulantes en la olla en ebullición de la política contemporánea. Curiosamente, la ubicación de Vox en el centroultraderecha no viene rebatida ni amortiguada por sus cargos, sino por los partidos de derechas que se disponen a pactar cuotas de poder con los recién llegados. Han de difuminar las rayas del tigre para succionar sus votos, el mismo procedimiento que siguió el PSOE para arrancarle los colmillos a la tropa de Iglesias. La ultraderecha moderada se cruza en su fulgurante ascenso con el descenso de Podemos, que purga precisamente su moderación.