Ya huele a canela, a turrón y anís. Son días de un imberbe diciembre en los que decidir cómo afrontaremos el espíritu navideño, otra vez. Unos lo abrazarán con ansia, otros desearán que se esfume como un mal sueño, cuanto antes, y no faltarán los que, fruto de alguna preocupación, lo aceptarán sin apasionamiento, como el cáliz que ha de pasar, haciendo un esfuerzo por los pequeños de la casa. Quizá.

Cada vez es más difícil encontrarle sentido a esto de pulsar el botón de la alegría infinita y empaparse de luz y villancicos, dejarse enajenar por el destello del espumillón y el celofán, los familiares lejanos, las comidas de empresa, reenviar memes almibarados y cumplir con tantas obligaciones que conllevan estas fechas.

Pues en esa tarea andaba, buscando un motivo para decorar el árbol, exponer mi mejor sonrisa y arrimar el eslabón fingido en esta cadena de felicidad impuesta, cuando leo que el pesquero Nuestra Señora de Loreto por fin ha enfilado la proa rumbo a su hogar. Después de una semana a la deriva entre mareas políticas, vientos de negación y puertos inseguros; tras diez días sorteando la penuria y el abandono, pero con la satisfacción de haber cumplido la sagrada ley de rescatar al náufrago, esa obligación marinera respetada incluso en tiempos de guerra, vuelve a casa en contra de todo y de todos. Ahora surcan el océano siguiendo una heroica carta de navegación y puede que, a su llegada, tras recibir el beso de los suyos, les llegue la injusta reacción de un gobierno vil que no distingue la diferencia entre la propaganda del Aquarius y la versión moderna de multiplicar los panes y los peces, un milagro en alta mar duplicando el aforo y dividiendo los víveres. Y es entonces cuando descubro que este año la Navidad vendrá en barco.

Ustedes, al igual que yo, fueron al súper hace dos semanas y vieron a la entrada esos enormes cajetones del Banco de Alimentos. Con sus voluntarios y sus peticiones. Uno hace la compra y no va pensando en los desfavorecidos, pero ves a esa gente en la puerta, te entregas sin remedio a su causa, y encaminas tus pasos a los productos no perecederos, a las papillas infantiles, al aceite inmortal y a la pasta que tantas bocas salva del hambre. Llegas a la caja, miras alrededor, por la cinta desfilan alegremente más y más bolsas blancas con logotipo azul, y algo cálido, silenciosamente satisfactorio, se despierta dentro de ti y te dibuja una media sonrisa. 21 millones de kilos recogidos. Es entonces cuando descubres que, este año, la Navidad cabe en un paquete de fideos.

En esas andaba yo, como les digo, entre compras y telediarios, buscando razones para disfrutar de la Navidad, cuando leo que 300 sacerdotes holandeses llevan un dos meses celebrando por relevos una misa interminable para proteger a una familia de refugiados armenios que buscó cobijo en suelo sagrado. Según las normas de los Países Bajos, la fuerza pública no puede irrumpir en lugares de culto durante los oficios religiosos, así que los 300 curas protestantes se turnan para alargar la misma eucaristía el tiempo que haga falta con tal de que los padres y sus tres hijos pequeños no sean deportados, impidiendo que la ley de los tulipanes cruce la puerta del templo. Cada vez son más los vecinos que oyen la noticia y acuden a la llamada. Asisten a esa misa con recogimiento, silencio y respeto. Su sola presencia en la parroquia asegura que la homilía sigue su curso, vetando cualquier posibilidad de que los funcionarios de migración los detengan y destierren a su suerte. Y por fin entiendo la letra de Ya vienen los Reyes Magos: Olé, olé, Holanda, olé. Holanda ya se ve.

Son ejemplos de entrega. Como el de Sarah Almagro, la joven de 18 años a la que una septicemia postró en una cama de hospital, amputada de pies y manos, pero que, lejos de ahogarse en su pena, salió a flote tras cuatro meses esquivando la muerte para coronar una ola de solidaridad que inunda toda Marbella. Asociaciones culturales, vecinales y empresariales organizan multitud de actos y recaudan fondos para cumplir la promesa de sus padres, conseguirle las mejores prótesis posibles y que esa dulce sonrisa, con la que Sarah nos mira de frente en cada foto, sea eterna y compartida. Y es en ella donde entiendes que, este año, la Navidad tiene nombre de niña. #Palanteconsarah

Es en estos días de diciembre cuando recuerdo que la Navidad no es una fecha, ni un estado de ánimo, ni un cuento, ni una obligación. Tampoco es un lugar, ni una fiesta, ni un momento, ni una tradición. La Navidad es una actitud ante el pesebre, una inspiración que nos rodea y habita dentro de mí, dentro de usted. De nosotros depende que los demás también lo descubran. Son, y siempre serán, días de eso.