Andamos estos días defendiendo libertades en este ritornelo que los españoles nos obligamos a nosotros mismos a vivir cada cierto tiempo. A veces resulta cansado tener que insistir tantas veces en lo mismo, y parece que se lucha contra una marea que a cada ola quiere quitarte el trozo de arena conquistado y te obliga a escudar tu frágil castillo de arena solo con las manos, tus pobres y vacías manos, que solo saben empuñar palabras.

Si el otro día era necesario rebelarse contra el insulto hacia quienes, en ejercicio de su libertad, no habían querido ejercer el derecho al voto, ahora tenemos que cargar y apuntar las palabras contra la decisión de un juez de Mallorca de requisar el ordenador y el teléfono de unos periodistas (Blanca Pou, de Europa Press, y José Francisco Mestre, de Diario de Mallorca) porque han cometido el terrible delito de informar.

La defensa del secreto profesional, la obligación (esta vez sí, obligación) de no revelar las fuentes, que se ampara en el artículo 20.1.d de la Constitución (esa Constitución que nos gusta al modo del Quijote, todos la celebramos pero pocos la han leído) no debería plantear dudas de ningún tipo. Pero son tiempos difíciles para la libertad y de repente podemos perder todo lo logrado de un solo golpe de mar, por seguir con el símil anterior.

Lo curioso de este caso es que no se está investigando a los periodistas, sino a sus fuentes, pero ya de paso el juez y quien él disponga tendrán acceso libre a todo el contenido del ordenador y del teléfono de los periodistas, podrá poner sus ojos en otros trabajos, en otros secretos, toparse con otras fuentes que quedarán así expuestas, desprotegidas, reveladas.

Hace algún tiempo ya que para determinadas instancias políticas y judiciales los periodistas y nuestro pertinaz empeño en la libertad de información estamos en el punto de mira. El anterior gobierno promulgó en 2015 la llamada 'ley mordaza' para tenernos más atados. El actual ejecutivo dijo que la eliminaría antes de final de este año, pero no lo ha hecho. Es hora ya, no admite retrasos, de morder la mordaza y elevar el grito. No podemos dejar que nos callen.

Ahora que se nos está yendo el otoño de las manos, como se nos va a veces la cordura y aceptamos entrar donde no queríamos o hacer lo que no debíamos, es preciso dejar claras las posturas. Dice Lope de Vega «que los trabajos obligan a lo que el hombre no piensa», y tiene razón, como casi siempre. Pero en este trabajo, que no pensábamos tener que volver a hacer, nos va algo muy importante y no podemos hacerlo mal, o a medias. Aunque nos dejemos los dientes.