Llegan los árboles, los villancicos, los adornos, las cenas y los momentos divertidos de la Navidad a Los gipsy kings, dice el director del programa de Cuatro, Jacobo Eireos, que firma además esa cumbre de la necedad y el hastío llamado Cuatro weddings, que ni siquiera la palabra inglesa enmascara la tontería, aunque es verdad que Cuatro bodas tampoco arreglaría nada. Los gipsy king, morri crismas es un especial para abrir boca a la quinta temporada de este descacharrante hazmerreír gitano que ridiculiza, aunque se diga lo contrario, a esas familias que prestan su imagen para divertir al mundo payo. En el especial se verá -se estrena mañana domingo- cómo vive estos días la Rebe una Navidad brilli-brilli. Si el arbolito de las ciudades más grandes brilla, imagine el árbol que pondrán en sus casas las familias gitanas del programa, dice la promoción. No quiero imaginármelo. «No sus podéis perder los especiales de morri crismas de los gipsy king», dice a voces una mujer con estola de espumillón anunciando la cosa para acabar, con chiquillería incluida, gritando «morri crismas». Aún no he visto el especial y estoy embotado. Si la semana pasada era la inefable Leticia Sabater la que nos ponía el polvo y el ron en los labios -no seré yo quien cate nada que venga de esta señora-, Cuatro vuelve a la carga con estas familias gitanas también inefables, inabarcables, impermeables y de usar y tirar que, de nuevo, a mí no sólo no me hacen gracia sino que me producen una tristeza inefable, inabarcable e impermeable. Sin salir de la hija pequeña y más desorientada cadena de Mediaset, la burra ha vuelto a la era dando vueltas sobre lo mismo estrenando la no sé qué temporada de Ven a cenar conmigo, gourmet edition, o sea, la versión que junta a cuatro famosos en horas bajas que por unos bocadillos de mortadela vuelven a la tele por si suena la flauta y alguien se acuerda de ellos.

¿Mojama de Totana?

Esta vez han juntado a la murciana Bárbara Rey, que puso de aperitivo «mojama de Totana» -no se hace mojama en Totana, querida, que los ingenios de salazones de atún están más pegados a la costa murciana-, se puso tensa con la presencia de Nicolás Vallejo-Nájera, hermano de la cocinera Samantha, la de Masterchef, conocido en el mundo pijo como Colate, tipo que levantó el corazón de Bárbara y, por sus miradas, algo más. Hasta Falete, esa señora repeinada que pasa de lo ordinario a creerse la esencia de la elegancia, se dio cuenta y los dejó sentarse juntitos por ver qué pasaba. A mí me sirvió la noche para ponerle cara a una tal Gloria Camila, sí, la hija de Rocío Jurado y Ortega Cano. Y aquí me paro. Me entero de que la celebridad tiene más de doscientos mil seguidores en una red social, de que fue concursante de Supervivientes, y de que es una de las «reporteras» de Volverte a ver, lo otro de Carlos Sobera además de su regencia al frente del «restaurante del amor» de Fisrt dates y de animador oficial a la ludopatía en ese anuncio que algún día, si no es ya, le pedirá cuentas en sueños. Se ve que el intento de Gloria Camila de ser empresaria -tienda de ropa en Sevilla, apoyada por papá- no cuajó, como tampoco el delirio de la absurda Raquel Bollo cuajó en su tienda sevillana, hasta el punto de tener que volver al fango de Sálvame para llevar un plato de comida a la mesa. Si para los historiadores del arte Christian Gálvez es un intruso por montar una exposición en la Biblioteca Nacional sobre Leonardo da Vinci, ¿qué pensarán los chicos y chicas que han estudiado periodismo al ver que la hija del torero hace reportajes en Telecinco, igual que Julián Contreras, hijo de Carmina Ordóñez, los hace en TVE? Es fácil imaginárselo. Y también lo que pensará de todo esto la propia señorita, doña Gloria Camila, sin preparación ni estudios pero dispuesta a no soltar la herencia recibida con un carné que pone «hija de famosos». Si la contratan a sabiendas de que «con la termomix hago unos arroces… brutales», cocinero robot del que echó mano esta semana, Gloria, remedando a su madre, es capaz de cantar el morri crismas, comerse la mojama de Bárbara o la salchipapa de Colate, y cambiar su voz de pito por una voz más grave con tal de que Falete sea la otra señora de la velada.

El sultán Juanma

Mientras, Thais Villas, El intermedio, se echa a la calle para tomarle el pulso a la Navidad desde sus ya clásicos barrio rico y barrio pobre versión mercadillo donde comprar regalitos. Parece que tiene un olfato especial con las señoras ricas. Sacó a una, hasta las sienes de bótox o esas mierdas que les echan sus enemigos, que me recordó la cara que tendrá en unos años Carmen Lomana. Como media, dijeron las dos señoras, se gastarán alrededor de dos mil euros en cenas, regalos, y adornos. En el barrio pobre una mujer dijo que su único lujo -apenas puede pagar los doscientos y pico euros por la habitación en la que vive, con una pensión que no llega a cuatrocientos- es comprarse unas bragas y un sujetador rojo. Sin duda, su Navidad no será brilli-brilli. Nada de estas cosas reales, del mundo a ras de suelo, del día a día de millones de españoles, se trató en el encuentro en la tercera fase marciana entre la dama Ana Rosa Quintana y el jefe de la ultraderecha, al que invitó a su programa no para sacarle los colores sino para hacerle un masaje obsceno y lavarle la cara acercándose a «su lado más personal». Santiago Abascal estaba relajado, suelto, dominando como un vaquero la situación. Habría sido enternecedor que, al unísono, embebidos por las flechas de la pasión -¿hace pesas?, preguntaba la bien cardada, «se lo digo porque he visto algunas fotos…»-, terminaran la cita cantando un tierno villancico, un «morri crismas» payo, un «morri crismas» es-pa-ñol y comiendo dulces de convento, postre celestial, como apuntaba Vicente Vallés en Antena 3 Noticias 2. Por cierto, ni en sus sueños más húmedos Juanma Moreno imaginó que cantaría la sura navideña del Corán como sultán de San Telmo presidiendo la Junta de Andalucía. Alá es grande, copón, muy grande.