Llevo varias semanas observando cómo, en las redes sociales, muchos chicos que no tienen más de treinta años hablan en términos guerracivilistas, señalan o se reconocen en bandos opuestos, han trazado una raya en la arena y preparan sus trincheras. Y lo mismo pasa con personas más mayores. Pues sí, casi ochenta años después de aquel conflicto, seguimos hablando de él. Y eso no estaría mal si fuera en términos académicos e históricos, para seguir analizando, porque nunca será suficiente, por qué caímos en aquel pozo de ignominia y nos dedicamos a matarnos unos a otros en las tapias encaladas de los cementerios españoles. Tampoco está mal que haya literatura sobre el asunto, pero lo que sí es preocupante es el estado de opinión en el que vive el país, los insultos continuos entre un bando y otro, esos reportajes repugnantes buscando a los votantes de un partido, las llamadas a asaltar las calles para parar a Vox, una formación que sí es un peligro para la democracia, pero que debería ser visto como un síntoma y ser combatido con frialdad, ideas y moderación. De todo este jaleo, claro, tiene buena parte de culpa el señor presidente del Gobierno, más empeñado en desenterrar a Franco que en crear empleo o en hacer unos presupuestos reales y creíbles con los que hacer política social pero también conteniendo el gasto, que nos va a hacer falta cuando venga el próximo vendaval. El Valle de los Caídos era una anécdota y ahora es categoría. Otra cosa es que la gente quiera recuperar los cuerpos de sus familiares enterrados en cunetas, claro. El país ha dejado de mirar al futuro, también por el iluminado Torra, un tipo que tiene todos los puntos para generar una masacre en cualquier momento y por un nacionalismo ultramontano que no atiende a razones que, de seguir así, confirmaría la reflexión de Ortega sobre el verdadero problema de España, que para el creador de La España invertebrada era Cataluña y no el País Vasco. Ya no se trata de desinflamar Cataluña, se trata de que estos políticos han insultado el prestigio del Poder Ejecutivo, sobre todo a raíz de la lamentable negociación de Pablo Iglesias, otro peligro para la democracia con sus visiones y delirios mesiánicos arrinconando, de paso, al sentido común de Errejón y Bescansa, de las cuentas del Estado en una cárcel con un tipo que dio un golpe de Estado. Los españoles de a pie están cansados de ver humillarse a su presidente ante los golpistas, de lo políticamente correcto y de las memeces que un día sí y otro también tienen que soportar de los políticos, incluidos Casado y Rivera. En lugar de coser, los grandes partidos se lanzas a sus extremos para recabar votos, en lugar de hacerlo en el centro. El PSOE se fijó en los votantes naturales de Podemos y el PP hace lo propio con Vox. El abandono de la moderación, la radicalización del PSOE y de la CEDA fue en la II República el principal motivo de la Guerra Civil, entre otros muchos. Cuando se abandona el sentido común, todos perdemos. El tiempo impone un viaje pragmático y decidido al centro de los dos grandes partidos.