El pasado 13 de diciembre, el diputado de Podemos Alberto Rodríguez quiso homenajear al diputado del Partido Popular Alfonso Candón que dejaba su escaño del Congreso para irse de parlamentario a Andalucía y le dedicó estas palabras: "Nunca pensé que fuera a decirle algo así a alguien y menos a un diputado del PP, pero creo que lo vamos a echar de menos. Le voy a decir algo, que creo que es de las cosas más bonitas que se le pueden decir a alguien y es que es usted una buena persona", sentenció Alberto Rodríguez entre cálidos aplausos del resto de parlamentarios. La performance del diputado chicharrero recibió los parabienes de la mayor parte de columnistas del periodismo patrio y de las redes sociales. A fin de cuentas en el ADN de los movimientos populistas el sentimentalismo ocupa un lugar preferencial. De nada ha servido la continua demostración de su capacidad para agrietar las relaciones humanas, de fomentar conductas tanto viles como violentas pero sobre todo de la corrosión que ejerce sobre la responsabilidad del ciudadano. A merced del sentimentalismo, asistimos atónitos a atrocidades conductuales que quedan sin castigo porque el presunto responsable encuentra en los sentimientos un parapeto simple pero inexpugnable a poco que sepa manejarse bien con sus declaraciones. Viene a ser un fenómeno similar al de la cantante Jeannette, que dejó bien claro que "era rebelde porque el mundo la hizo así, porque nadie la trató con amor?".

Pero tras las palabras de Alberto Rodríguez, aparte de su exceso de almíbar, se esconde algo que ni la mayor parte de los diputados ni siquiera los comentaristas políticos han señalado con la excepción de José María Albert de Paco en el digital "Voz Pópuli" con su columna "No te hacía yo catalán?" donde se declara atónito por la inadvertido que ha pasado el afectuoso sectarismo del diputado podemita. Sobre todo para todos esos linces de la política y de la opinión pública que tan hábilmente detectan un sentimentalismo detestable tras los muy generosos donativos de Amancio Ortega, siendo éste un sentimentalismo muy rentable para nuestro maltrecho sistema sanitario y para muchos enfermos en riesgo de muerte. Pero sucedió que cuando nos despertamos y la hiperglucemia había desaparecido, el sectarismo del diputado canario estaba allí, junto al dinosaurio de Monterroso que tanto enamora a Juan Tallón.

Tal vez para que Pepe Albert de Paco no sintiese el frío del estigma en soledad, hace un par de meses que una pareja de escritores leoneses, los hermanos Ángel y Marta del Riego, publicaron uno de los libros sobre fútbol más solventes y divertidos que he leído: "La Biblia blanca. Una Historia sagrada del Real Madrid". En ella, en el libro de los Proverbios, entre las parábolas de Salomón, describen el "No te hacía yo del Madrid". Y lo cuentan así: "No te hacía yo del Madrid es la frase central de muchas biografías. El aficionado del Madrid tiene el estigma de no ser un aficionado de verdad. No sufre, no está en las malas con los suyos; es un hincha interesado. Se le supone una arrogancia glacial. Para el antimadridismo de la periferia, el club blanco es el satán centralista, español hasta los tuétanos de la forma que debería estar prohibida".

En realidad, estos manejos caen dentro de aquello que en 1994 Antonio Muñoz Molina acuñó finamente como "teoría del elogio insultante", a raíz de la sutil observación de la mayoría de las reseñas literarias donde el elogio entusiasmado de un libro concreto llevaba aparejada la automática descalificación con ironías o segundas intenciones de otros escritores. Contaba entonces Muñoz Molina como el lanzamiento de una novela de Raúl del Pozo, apadrinada por Camilo José Cela, incluía una extensa loa de la obra en cuestión pero además una larga profusión de descalificaciones hacia autores que no eran de la cuerda del estruendoso escritor gallego. Decía Muñoz Molina que cuando una obra literaria era buena se defendía a sí misma. Y que en España, apenas se recurre a elogios sino es para poder colar de rondón una retahíla de descalificaciones hacia terceras personas. Y así me parece.

Y es que no imaginas, Alberto Rodríguez, la de españoles que pueden ser buena gente.