Aquel secuestro fallido, con resultado de muerte, parecía simple trámite. Si uno dispone del poder absoluto, no hay controles judiciales, tiene los sicarios a punto, el dinero que haga falta y la seguridad de que las grandes potencias mirarán a otro lado, ¿qué puede impedir aplastar a una molesta pulga que campa a sus anchas y no deja de picar?. De paso serviría como aviso para navegantes, y silenciaría otras bocas. Jamal Khashoggi estaba condenado por una "lógica" de este tipo, propia de la tradición del poder omnímodo. ¿Qué es lo que falló en este caso, aparte las formas, demasiado brutales para un estómago occidental?. El error de cálculo fue ignorar que el insecto en cuestión, de nombre Jamal, no era una pulga aislada, sino que formaba parte de una plaga mundial de pulgas, formada por creyentes en una extraña fe (casi la única civil que queda), conocida como libertad de prensa.