Miro al niño. Escucha lo mismo que yo: «Cogeremos pistolas y os reventaremos la cabeza». La tensión en Cataluña en el telediario. Un chico joven se lo grita a otro, da igual ahora a qué lado de la Constitución se supone que están ambos. Comemos puchero. Échame limón, papi. Por qué un universitario con pinta de no haber sufrido un guantazo en su vida utiliza un lenguaje como ése por un quítame allá esas banderas. El niño hace como que no oye. Le echo limón. Nos miramos.

Fascista, insulta uno. Golpista, insulta otro. Ocurre en el Congreso, un lugar donde se debiera dar ejemplo, pero también nuestro espejo. Ambos tienen algo en común, además de su condición de diputados en Cortes. Ni uno ni otro han vivido el fascismo ni la dictadura ni el tenso miedo de un golpe de estado (ni siquiera, por no nacidos o por imberbes la intentona de Tejero el 23 de febrero de 1981). Son frívolos, irresponsables. Y no importa que sean economistas, catedráticos, abogados, etc., a los que se les presupone formación educada y honesta. La inmensa mayoría de los mentirosos, incendiarios, corruptos, sectarios e incapaces detectados en la política española son titulados y masters del universo. Pero eso, claro, da igual.

Soporto con algo de asco y triste cansancio cómo en algunos foros se ha calificado de cómplices del asesinato de la hermosa Laura Luelmo a los otros, desde posiciones ideológicas distintas. De sus padres o su novio u otros familiares, en cambio, sólo detecto silencio. Un sobrecogedor y maravilloso y doloroso y ejemplar y lógico sufrir callados, hasta el momento en que escribo estas líneas. Sólo trascendió su preocupación expresa a la Policía y la Guardia Civil -como explicó el delegado del Gobierno en Andalucía la noche del hallazgo de su cadáver- de que no querían enterarse de detalles innecesarios ni falsos de lo ocurrido a Laura por los medios de comunicación antes que por quienes llevan la investigación.

Pero nada más levantarme ayer ya oí a un compañero insistir sin excusa periodística alguna en lo «lenta y larga» que fue la agonía de Laura. La voz del periodista parecía dolerse de la primera filtración del informe forense, que está aún por terminar. Cuando lloro en un entierro me suelo avergonzar porque nadie puede sentir más dolor que unos padres que han perdido a un hijo, por ejemplo, e intento por su derecho al mayor llanto contener el mío.

Luego me asomé a las redes sociales y allí estaban ya las estridencias de género. Que si un padre que le dice a su Caperucita que no tire por lo oscuro es más machista que el lobo, que si el Gobierno también viola o mata por no tener a los violadores desde que nacen en la cárcel, en fin...

También este país anda falto de clase. Porque no sólo sus portavoces políticos, y no sólo los que están instalados en las formas más populistas de capturar al electorado, escupen gasolina cuando hablan. Es que, como en un concierto multitudinario, les jaleamos arrobados mientras lo hacen, con el mechero encendido en la mano. A ver si prende, supongo...