Llamar machista a Montoya es banalizar al asesino que interpreta el papel principal en la escena del crimen junto con la víctima. Machista puede ser cualquiera que se comporte como tal, un psicópata criminal como el que mató a la pobre Laura Luelmo está al alcance de muy pocos entre las bestias del averno. Habría que empezar a tomarse el asesinato de los seres humanos algo más en serio que de la manera en que lo hacen las feministas que aprovechan para reclamar más leyes de igualdad y administran mal su indignación cuando gritan que las están matando. Como Ione Belarra, la diputada de Podemos, que felizmente sigue viva. Por desgracia y de momento a quien han matado es a una desdichada profesora de Zamora, a la que su execrable asesino no le dio ninguna oportunidad e intentó antes violarla. Llamar a esto crimen machista es desmerecer el más horrible de los asesinatos. Equivale a preguntarse por qué Montoya, el sujeto que la mató, eructaba antes de quitarle la vida. Las leyes de igualdad son necesarias, suponen equiparar los derechos de las mujeres y de los hombres. Nadie debería discutirlo. Pero ¿acaso Laura Luelmo se habría librado de morir a manos de su asesino en una sociedad igualitaria mejor reglada? Desconozco si la prisión permanente revisable puede evitar que un peligroso desalmado como Montoya cerque a una chica y la mate, o que cualquier otro asesino elimine a cualquier otra persona. De hecho no ha sucedido. Pero sí habría que intentar que estuviesen sin vigilancia el menor número de asesinos reincidentes. El riesgo ya existe con los que no se han estrenado. El riesgo no entiende de igualdad.