Leí el otro día en un diario una información titulada «El boom del bilingüismo llena las aulas de docentes que no dominan el inglés».

No hablaba la información de título tan sensacionalista de las escuelas de Ohio o California, sino de las de un país llamado España. Lo primero que hay que decir de eso que llaman «bilingüismo» es que es una forma encubierta de hablar sólo del inglés porque bilingüismo lo puede haber con muchos otros idiomas, lo que no es aquí el caso.

Se han empeñado las autoridades en extender el uso de la lengua que ya no deberíamos llamar de Shakespeare, sino de los negocios, hasta el punto de obligar a nuestros profesores a impartir en ella todo tipo de asignaturas.

Y el resultado lo tenemos ahí: profesores obligados a referirse a nuestra Isabel la Católica como «Elizabeth the Catholic» o a llamar Wifredo the Hairy, al que siempre habíamos llamado Wifredo el Velloso.

Una profesora citada anónimamente en el reportaje expresaba claramente lo que deben sentir tantos profesores obligados a dirigirse a sus alumnos en inglés.

«Pienso que no estoy haciendo bien mi trabajo. Para resultar cercana a mis alumnos tiro de la ironía y del humor, y eso no lo puedo hacer en inglés porque no es nuestra lengua materna», confesaba.

Tanto o más significativo es el hecho comprobado de que en Madrid, por ejemplo, los alumnos obtienen peores resultados en ciencias aun cuando mejorasen en inglés.

A uno, al que siempre le apasionaron los idiomas y le parece estupendo todo lo que sea su aprendizaje, sigue pareciéndole un disparate eso de impartir por narices cualquier asignatura en una lengua ajena.

Se pierde no ya sólo comprensión, sino también espontaneidad, empatía y tantas otras cualidades que contribuyen a la tan necesaria comunicación entre el docente y el alumno.

Porque ¿de qué se trata en el fondo? ¿De que aprendan los alumnos a expresarse como sea en inglés, aunque sea un inglés para andar por casa, o de que profundicen y desarrollen plenamente su creatividad en las asignaturas elegidas?

¿Se trata de formar a buenos científicos, juristas, médicos, a profesionales de la información o del Derecho o de que todo el mundo sepa inglés para poder trabajar un día de camarero o guía turístico aunque lleve un título universitario bajo el brazo?

Si lo que se busca es dar cualquier asignatura como mejor se pueda, con tal de que sea el inglés la lengua vehicular, ¿por qué no encargar esa tarea a robots angloparlantes, que seguramente tendrán además mejor pronunciación?