Algo huele a podrido en Dinamarca, le hizo decir Shakespeare a Hamlet y sus razones tenía para ello. Lo mismo podríamos decir ahora, también con buenas razones, sobre los Estados Unidos de Donald Trump. En castizo diríamos que cuando el río suena, agua lleva, o que donde hay humo hay fuego. Y aquí hay mucho ruido y mucho humo. Cuando el ministro de Defensa, Jim Mattis, conocido por su apodo "Mad Dog" (perro loco) acaba siendo la voz de la razón en una Administración que mientras escribo parece abocada al cierre y al despido de miles de funcionarios por una pelotera entre La Casa Blanca y el Congreso, es que algo realmente no funciona. Y no es solo el desacuerdo sobre la financiación del famoso muro con México.

A Trump le dimiten los ministros (tres en las últimas dos semanas) con la misma rapidez que a la primera ministra británica, que se hunde envuelta en la bandera nacionalista para disimular el embrollo que se han hecho con el Brexit. En Washington no necesitan Brexit para liarlo todo, allí les basta y sobra con Donald Trump.

La dimisión de Mattis es una mala noticia porque era el único en su círculo íntimo capaz de enfrentarse a Trump (haciendo el papel de "adulto en la habitación") y de moderar sus impulsos, que excitan halcones como Pompeo (ministro de Exteriores) o Bolton (consejero de Seguridad Nacional). Mattis, el "perro loco", que ya en su día frenó el entusiasmo inicial de Trump por la tortura, ha dimitido ahora cuando le ha sorprendido la decisión de Trump (que desconocía) de retirar los 2.000 soldados que tiene en Siria y 7.000 (la mitad) de los que tiene en Afganistán. Sin advertir antes al secretario de Defensa de su propio país y dejando en la estacada a los aliados kurdos, a la merced de turcos e iraníes. Mientras Putin aplaude con las orejas la decisión de "Donald", que beneficia sin duda a Rusia en el escenario del Medio Oriente, Mattis le ha enviado una digna carta de despedida donde dice cosas tan obvias como que "mientras los Estados Unidos sean la nación indispensable del mundo libre, no podemos proteger nuestros intereses o servir con eficacia ese proyecto sin mantener fuertes alianzas y mostrar respeto por nuestros aliados". O que "China y Rusia quieren un mundo consistente con un modelo autoritario" y Trump no se quiere enterar. En vez de hacer a "América grande de nuevo", parece que Trump le hace perder influencia en el mundo mientras renuncia al liderazgo político y a la defensa del orden liberal que Washington lleva ochenta años apoyando, y también a su liderazgo moral como ha demostrado en la penosa gestión del asesinato del abogado Jamal Khashoggi en el consulado saudita de Estambul, enviando al mundo el penoso mensaje ético de que lo bueno es lo que a mí me conviene.

Desde su toma de posesión aún no hace dos años a Trump le han dimitido del gabinete o de la Casa Blanca un total de 41 personas, pero la dimisión de Mattis es la primera de un miembro del gobierno que se produce por desacuerdos sobre cuestiones políticas desde que Cyrus Vance lo hizo por disentir de la decisión de Jimmy Carter sobre la operación para rescatar a los rehenes americanos en manos de la Revolución Islámica de Irán y que acabó en desastre. Pero esa contabilidad a Trump le debe tener sin cuidado ("You are fired!"), que bastante tiene con el cerco que se estrecha a su alrededor de la mano del fiscal especial Mueller tanto por sus chanchullos financieros y sus escándalos sexuales (y comentarios impresentables sobre las mujeres), como -sobre todo- por sus conflictos de intereses y las alegaciones de que pudo conspirar con Rusia para ganar las elecciones. Un cerco que se complica por la decisión de allegados próximos como el abogado Cohen o el general Flynn de contar lo que saben, que es mucho, y colaborar con la Justicia a cambio de rebajar las condenas de cárcel que les esperan por mentir. Y no son los únicos porque la lista de implicados es ya larga. Son como ratas que escapan del barco que amenaza con hundirse y ya se sabe que las ratas son las primeras que lo perciben. Un reciente documental en Netflix (Active Measures) que me permito recomendarles, pone los pelos de punta con las cosas que cuenta.

El caso es que en contra de su fiera apariencia a mí Trump me parece un presidente débil, que cada vez suscita más resistencias dentro de su propia administración mientras denigra a los aliados, abomina de las organizaciones y los pactos internacionales, inicia guerras comerciales y desconcierta al mismo tiempo a amigos y enemigos. El resultado es una brutal pérdida de credibilidad y que la influencia norteamericana en el mundo es menor que hace dos años.

Y en cuanto a su situación personal, parece que un presidente en ejercicio es inviolable mientras desempeñe el cargo (otra cosa será cuando lo deje) pero eso no se aplica al caso del "impeachment" o proceso de destitución por delitos particularmente graves. El control Demócrata de la Cámara de Representantes lo hace más factible mientras que el control Republicano del Senado lo dificulta. Pero todo cambiaría si un día Robert Mueller encuentra "la pistola humeante" que anda buscando. Si es que Trump no le cesa antes, que tampoco es imposible.