El pasado 2 de diciembre marcó un antes y un después en la vida de los andaluces. El resultado de las elecciones autonómicas posibilitaba, tras casi 40 años de hegemonía socialista, un cambio en el gobierno de nuestra comunidad. Para ese cambio no bastaba la suma de parlamentarios de centro derecha, una cosa es sumar la mitad más uno de los 109 sillones que conforman el Parlamento andaluz, y otro bien distinta confrontar los programas de las formaciones que aspiraban a gobernar.

Esa era la tarea, llegar a un acuerdo programático, o lo que es lo mismo, marcar la hoja de ruta para una legislatura necesitada de reformas y cambios. En definitiva, recoger el testigo de los andaluces cuando votaron por el cambio.

Mientras los andaluces celebraban la Navidad, hacían sus compras o compartían con familia y amigos, se perfilaba el gran pacto, ese que sacará a Andalucía del vagón de cola, ese que pretende dejemos de ser la región más pobre de Europa.

No ha debido ser difícil marcar los objetivos, la situación de partida obligaba a apostar por una educación eficaz en sus políticas y en sus inversiones que permitan reducir la tasa de abandono escolar y mejorar en los criterios de evaluación de nuestro alumnado para lo que, necesariamente, se hacía necesario contar con el pilar fundamental de cualquier sistema educativo: el profesorado.

Despolitizar la administración pública, adelgazar los entes públicos suprimiendo los innecesarios, luchar contra una corrupción que ha impregnado el modelo de gestión socialista a la vez que bajar la presión fiscal suprimiendo el impuesto de sucesiones, rebajando el de transmisiones y el tramo autonómico del IRPF era algo, no sólo comprometido en campaña, sino necesario para generar riqueza y reducir el desempleo, el gran azote de una tierra donde las políticas de empleo han sido unas veces nulas y otras nefastas.

Establecer un diagnóstico de la sanidad y coincidir en el tratamiento a aplicar era urgente. Nuestra sanidad era la peor gestionada de todo el país. No era negociable un plan de choque, era necesario.

En definitiva, estamos ante un gran pacto, el del sentido común, el de la lógica, el de anteponer el interés general de una comunidad al de un partido político. Algo tan sencillo de entender y tan difícil de aplicar estos últimos cuarenta años. Es una realidad que el Partido Socialista dejará de gobernar a pesar de esa ridícula resistencia a aceptar lo evidente que cuestiona la dignidad personal de algún que otro dirigente. La dignidad política no estaba cuestionada, hace años estaba perdida.