En estas fechas, rodeados de luminotecnia y publicidad, de política electoral y depredación comercial, algunos intentamos seguir pensando. Lo sé, un coñazo. Bueno, un latazo, por aquello del lenguaje sexista llevado al extremo de la corrección de género (en este caso cambiar 'coñazo' por su equivalente genital masculino es semánticamente problemático).

Seguir pensando, por ejemplo, que está bien ganar dinero para tener de todo, incluso lo que no nos hace falta, pero no contra la vida misma. Y algo de esto nos está pasando. Pensémoslo con detenimiento. Quizá el mundo que estamos sosteniendo y soportando empieza a ser insostenible e insoportable.

Recuerdo un suceso que publicó La Opinión, ocurrido en Estepona. Una señora de sesenta años murió al cruzar la calle Ceuta de esa localidad malagueña, cuando iba a la misa del Gallo, en la Nochebuena de 2007. Resulta fácil pensar que su ritmo sería el de la vida, el de una tarde de paseo entre las calles de casa para ir a la iglesia del Carmen, a pique del repique de la Navidad. El ritmo de quien la atropelló, a menos de cien metros ya de la parroquia, iba contra la vida. Un ritmo acelerado, absurdo, mentido desde su inducción cultural hasta su conducción a ninguna parte, con más caballos al galope de los necesarios y de los permitidos en una callejuela del casco urbano de un bonito pueblo, costero y mediterráneo, como Estepona. Sería frívolo aplicar un desolado humor negro a la tragedia y decir que la pobre mujer se fue al cielo directamente, sin pasar antes por su iglesia, como diría algún personaje escrito por Azcona. Pero ahí hay una metáfora de aplicación general.

Las cosas no sólo pueden ser como son. Podemos corregir esta deriva. Recuperar en defensa propia valores que se han quedado en tierra de nadie cuando se produjo la lógica y necesaria aconfesionalidad democrática. Volver a vivir primando lo que tiene valor por encima de lo que sólo tiene precio (¡dejad de ser así de necios!, que advertiría Machado). Primarlo, por ejemplo, a la hora de exigir a los operadores de televisión utilidad y calidad, por ser concesiones públicas administrativas; exigirles que dejen de verter basura antes de las nueve de la noche, al menos. O primarlo exigiéndole a las grandes empresas un responsable real a disposición de sus clientes, cuando lo requiramos, y no un pobre teleoperador migrante y desubicado que sólo puede repetirnos amablemente lo aprendido, constatando que, en la lucha encarnizada por los beneficios, convertidas ya esas empresas en negocios especulativos, a sus ejecutivos sólo les causamos molestias los ciudadanos convertidos en números de usuarios.

Seguir pensando, por Navidad. Darle vueltas a las cosas que dan vueltas alrededor de nosotros. Pensar, en vez de seguir enganchados a la inercia de gastar y consumir incontroladamente. Ahora los regalos, que ya empiezan a no tener tampoco el sentido, reflexivo y dedicado, del hecho de regalar; el sentido de atrapar con mimo entre los pliegues del envoltorio y la tarjetita el leve aleteo agradecido de un recuerdo, de un abrazo, de un beso por Navidad.