«Julia, ¿estabas dormida?», le pregunta alguien. «No, estaba soñando», responde. «Perdona, tía, pero como eres tan madrugona, pues nada, me he dicho: voy a llamar a Julita, que son las cinco ya, y...». «¿De la mañana o de la tarde?», le interrumpe Julia, reina de las sombras de su cuarto —la persiana hasta abajo, la cortina echada—, habla bajito sin saber por qué. «De la tarde, tía, de la tarde —ríe la voz, que de golpe es familiar y se llama Ana—. Vaya si la pillamos buena ayer, tía...».

(El primer anuncio del año: «Ya sabes; si bebes, no conduzcas. Vive». Un licorcito con la familia antes de irse. «Yo no sé por qué os emociona tanto salir hoy, si estáis siempre de noche toledana», comenta tu padre. Llaman tus amigos al automático; bajas al portal, subes al coche. Tragas humo y te ríes; hay un botellón de boca en boca. Llegáis al centro, os pegáis unos tiritos; «¿Quién ha dicho que en Málaga no hay nieve en estas fechas?», razona Pedro. Ríes, bebes, bailas.

«Sí que la pillamos», concede Julia, mientras oye un pitido intermitente. «Tienes una llamada en espera, Julia. ¿La coges?... A mí es que me pone de un nervioso...». «Ah, sí, espera... ¿Sí?». «Hola, ¿está Julia?». «Soy yo, ¿quién es?». «Luis». «¿Luis?». «Sí, claro, Luis, el mariachi... ¡Kikirikiffi!, ¿no te acuerdas?». «Lo siento, no caigo. Estoy recién levantada y... Oye, ¿tengo tu teléfono?». «No —se ríe Luis—, pero no te preocupes, te llamo más tarde. ¡Feliz año nuevo!».

«¿Quién era?», dice Ana. «¿A ti te suena de algo Luis, un mejicano que nos invitó a kiffi o algo así?». «Pues... no, no, tía». «Me agobia esto de darle el teléfono a alguien y luego no acordarme... Voy a ducharme, Ana, en seguida te llamo, ¿vale?». «Oye, Julia, solo una cosita... —La voz suena ahora ansiosa, cansada—. ¿Sabes por dónde anda Pedro?». «No, tía, yo lo hacía contigo...». «¿Conmigo? Lo perdí de vista a las siete y ya no he vuelto a verlo». «Venga, Ana, no empieces el año agobiándote; me doy un duchazo y me paso a recogerte». «Venga, de acuerdo. Un besito. Adiós, Julia».

Julia cuelga el teléfono y se va a la ducha. Allí se sumerge en sus pensamientos.

(Llegas a casa de tus padres y tu madre: «Julia, come, hija, qué delgada estás, hay que ver por lo que os ha dado ahora, parecéis el espíritu de la golosina»; y tu padre dice: «Julia, ¿cómo va el trabajo? Cuando quieras hablo con don Rafael y te colocas de contable, que ya eres mayorcita; es un trabajo duro pero bien pagado, y tú vales mucho más, pero así están los tiempos y hay que adaptarse, ¿no crees?». Y tú querrías decirle que buscas otra cosa en la vida, no sabes bien qué, pero otra cosa, y le dices a tu padre que estás bien de trabajo, «las clases particulares me dan para vivir, no te preocupes», y tu padre sonríe, te coge la mano, mira a tu madre y esta le dice con los ojos: «Sí, le he metido en el bolso la paga extra a nuestra niña»).

«¡Luis! —se dice—. ¡Yo esta noche he conocido a Luis!». Se enjabona alegremente, mientras grita en susurros: «¡Kikirikiffi! ¿Por qué no me decido a romper con todo de una vez?... Empezando por el capullo de...».

Suena el teléfono, una, dos veces...

«¡Hola, Julia, soy Pedro! Te ha llamado Ana, ¿verdad?».

(«Vete a la mierda», ibas a decirle, colgar el teléfono, borrarlo de tu vida, dejar de aburrirte, empezar el año sin él y recuperar la amistad de Ana y conocer a Luis, que trabajaba en un mejicano vestido de mariachi y te decía piropos y te contaba chistes de lo que decían los gallos al alba en Xauen: kikirikiffi).

«Julia, ¿sigues ahí? —dice Pedro—. Me paso por casa y nos inventamos algo, ¿vale?». Y Julia medita: dile que sí, quedáis como amigos, le hablas de Luis y lo hacéis por última vez para no dejar nada pendiente; sí, esta vez sí será la última, borrón y cuenta nueva, lo haréis Pedro y tú por última vez, porque ahora sientes que esta sí será la última vez; luego quedas con Luis, que estará a punto de llamarte, y año nuevo, vida nueva.