Si quieres conocer a alguien, pasa la Nochevieja con él. En las últimas horas del año convergen, implícitas y explícitas, multitud de variantes de costumbrismo que, ojo, bien pudieran exteriorizar nuestros cables sueltos, manías o tendencias. Cabría principiar el debate, por ejemplo, con el consabido tema de las uvas. Las uvas nos delatan, nos incriminan, nos desnudan. La épica psicoanalítica de las uvas comienza mucho antes de que ni tan siquiera estemos pendientes de la primera campanada. Entre los principales personajes que de manera aséptica les refiero, pero que cada uno de ustedes deberá personalizar conforme a su particular contexto, destaca por su indubitada prevalencia aquel que podríamos denominar como el Previsor. El Previsor, a mitad de los entremeses, se desliza de manera furtiva a la cocina y, previo corte malicioso a la redecilla de las uvas, selecciona, con frialdad más que manifiesta, los frutos más minúsculos, todo ello a los fines de restarle probabilidades a un eventual episodio de atragantamiento. Una vez escogidas las más diminutas, ese cuenco con las doce de Lilliput será escondido hasta la medianoche detrás de la panera o dentro del microondas a fin de que ninguna sospecha recaiga sobre el ejecutor de tan obscena artimaña. Al personaje opuesto al Previsor bien podríamos denominarlo Aventurero. El Aventurero es quien, en su sana tendencia por no anticipar la vida, por enfrentarse sin pronóstico ni vaticinio a lo que el destino le depare, elige sus uvas de entre las que han sido desechadas por el resto de comensales. Esta variante suele llevar aparejada un ala de paternidad o maternidad, esto es: No escojo en último lugar porque me da lo mismo, sino porque la implícita generosidad con la que la vida me ha tallado en mi condición de padre o madre me hace ceder posiciones más privilegiadas en favor de la progenie que deriva de mi carne, llámense hijos, nietos o cualquier otra criatura primeriza. Como consecuencia directa de dicha tendencia, se deriva una clara proliferación de uvas como melocotones en el cuenco de tales sujetos. A mayor abundamiento, y tras estos dos fenotipos principales, también suele darse a conocer la figura del Técnico. Al Técnico le importa una higa si sus uvas las escoge antes o después. Lo único que precisa son quince minutos previos a las doce para, desde un lugar totalmente esterilizado y neutro, ajeno a la fanfarria y a los chascarrillos, extirpar con un bisturí todas y cada una de las granillas internas que contengan los renombrados frutos, todo ello previa mondadura de la piel, evidentemente. Dicho esto, expuestas ya que han sido las tres variantes que suelen ilustrar y personalizar el momento frutícola más famoso del año, habrá que relacionar a las mismas con las tres combinatorias posibles que se desprenden no ya de los previos, sino de la ejecución. El comensal que mastica las uvas con claro desparpajo, sean grandes o pequeñas, con pepitas o sin ellas, suele pertenecer al arquetipo del Aventurero. Esto es, una personalidad Alfa, que llega al año nuevo habiéndose tragado sin problema las doce del viejo, un ser pragmático, una figura de autoridad y protección. Al Previsor, por contra y pese a su furtivo pragmatismo, no suele acompañarle la suerte. Cosas del karma, que está tan de moda. Su inseguridad manifiesta le hace derivar en una personalidad que, a pesar de concentrarse con esmero en la veloz degustación, no suele llevar a buen puerto la misión, escupe, se retarda, le da la risa, se le hace bola, se atraganta, en definitiva: fracasa. Estamos dibujando pues un espíritu taimado, frágil, rastrero e incompetente y que, a pesar de sus malas artes, no es capaz de alcanzar la meta, mostrando por tanto y además una inercia mediocre y totalmente ineficaz. El Técnico, como ya intuirán, carece de mérito, pasa desapercibido, bebe más que come, pulpa sin piel ni huesos, zumo de uva. Un invisible sin pena ni gloria, perdido en la muchedumbre, humo que no ha de volver. En cualquier caso, y expuesto ya lo anterior, como decía mi profesor de Filosofía del Derecho, siempre se pueden seguir haciendo infinitas clasificaciones y subgrupos. Tantas como ganas de cachondeo tenga el columnista. Lo importante, sin duda, es hacerles sonreír y felicitarles el año nuevo. Que ustedes lo despidan bien.