Lo mejor que puedo desear, para mi y para todos, en el año recién nacido, es que salgamos un momento del flujo principal de la corriente, y de pié en la orilla, con medio cuerpo fuera, la veamos pasar un buen rato. No podremos evitar volver al agua y que la vorágine de incesantes cambios, mutaciones forzadas por la tecnología, hipercomunicación incomunicante, analfabetismo informado y arruinamiento de la cultura, todo bajo la cúpula ardiente del cambio climático, nos arrastre no sabemos muy bien a dónde; pero el mero hecho de ver todo ese tropel desde fuera un breve tiempo nos dará una conciencia resistente, para bracear algo y mantener la cabeza a flote. Aunque esto, o sea, "no perder la cabeza", no nos salve, al menos asistiremos con dignidad y humor al espectáculo del atardecer. Desde una actitud así, todo lo que el 2019 nos depare ya serán males menores, y hasta (a ratos) bienes.