Los sabios que descubren el fallecimiento de la verdad cada vez que un político o un titular de prensa les decepciona, pueden rescatar el grabado de Goya de clarividente título, La verdad ha muerto. Allí, una gentil doncella yacente es contemplada por sus asesinos. Con dos siglos de retraso a sus espaldas, los perseguidores de noticias falsas se sentirán anticuados frente al dibujo goyesco. Cada generación cree que ha inventado el mundo, antes de entregárselo a la siguiente en peores condiciones. Al igual que el infierno sartriano, la noticia falsa es lo que hacen los demás. El santo laico Arthur Miller se preguntaba antes de las elecciones norteamericanas de 2004, ¿cómo pueden estar empatados en los sondeos George Bush y John Kerry, cuando no conozco a un solo partidario de Bush? Los debeladores de fake news se conmoverán ante el candor de su jefe de filas, que denunciaba los sondeos sin duda amañados que presagiaban la reelección en la Casa Blanca. Por desgracia, esta falsedad sangrante adquirió una autenticidad inesperada cuando el presidente Republicano aplastó en las urnas al Demócrata.

Sobre todo, resulta impresionante la superstición del dramaturgo, al creerse rodeado de una muestra representativa de la sociedad estadounidense en su conjunto. «No conozco a un solo partidario de Bush» es el manifiesto más clasista que cabe imaginar. La pretensión de que todo el país vote como su círculo íntimo, constituye la mayor impugnación de las élites neoyorquinas, desde que Tom Wolfe ridiculizó a los panteras negras de las fiestas de Leonard Bernstein en su radical chic. ¿Acaso Miller está sugiriendo que los demás no deberían votar? Los patriarcas de la izquierda se rigen por los mismos mecanismos que los ultraconservadores. El resto del mundo es falso. Miller se estaba ridiculizando a sí mismo, se prestaba voluntario a conocer solo una parte de la verdad. Denunciaba las noticias falsas que habitaba voluntariamente. Los autores de ficción ofrecen una atalaya privilegiada para evaluar las invenciones bajo pretensión de veracidad. Arturo Pérez-Reverte no puede escribir cualquier novela, pero puede hacer cualquier cosa con una novela. Lo demuestra en Sabotaje, la tercera entrega de su saga dedicada a Falcó, una imitación o traducción del Bernie Guenther del malogrado Philip Kerr. El novelista español disculpa a sus personajes reales, tales que Picasso, por cometer hechos ficticios. De nuevo la hibridación de la verdad y la impostura, que ayuda a conocer con más exactitud a una figura histórica.

En la versión beatífica de patriarcas como Miller, se trata de extirpar las malas hierbas o noticias falsas, para eliminarlas del mundo real. No es tan sencillo. Los bulos pueden tener consecuencias reales, de la misma manera que las bragas de una marquesa con perdón cambiaron la historia financiera de España, para desesperación de los analistas económicos que no sabían cómo integrar dicha prenda en su jerga. No es agradable el desamparo de las confortables atmósferas aristotélica o platónica, pero la frivolidad y la falsedad también acarrean consecuencias, que obligan a modificar la narración con su concurso. Por ejemplo, la información sobre noticias falsas ocupa un porcentaje creciente de los noticiarios verdaderos. Suponer que esa contaminación es inocua equivale a contagiarse de la panfilia de Arthur Miller. Aparte de las secuelas insoslayables de la fabulación informativa, un residuo de humildad obliga a recordar que ninguna investigación ni comentario periodísticos pueden atrapar íntegramente a la verdad renqueante. De ahí que la condena imprescindible de las noticias falsas no pueda efectuarse desde el pedestal de unas imaginarias noticias verdaderas. La falsedad existe, la verdad, no tanto. Los herederos de Miller se distinguen por su propensión a sacralizar al periodista polaco Kapu?ci?ski. Sin negar que tiene algún libro valioso, léase El emperador, cabe imaginar el sentimiento de orfandad que se apoderó de sus adeptos, al descubrir que había inventado fragmentos íntegros de sus reportajes verídicos.

Alan Dershowitz, penalista ilustres y obligado por tanto a mentir con elegancia, reconocía que las anécdotas de su autobiografía engordaban a cada repetición, a base de embellecerlas. Sucumbía deportivamente a la tentación de adornar un relato, de conferirle un estilo que siempre modificará el inalcanzable paisaje del día de autos. El primer argumento a favor de la prescripción de los crímenes es la desmemoria de los testigos. La mayoría de espectadores apartan la indigesta verdad cruda en favor de análisis que implican etimológicamente la destrucción y recomposición de datos. ¿Es fiel un retrato? O en la mejor línea de la película de terror Suspiria, «el delirio es una mentira que dice la verdad» candidatos guerrilleros siempre fueron una alternativa a contemplar en un país individualx. Los primeros macrones están llegando a la polítss veteranos candidatos demuestra que los criterios han desaparecido. La medicina se basa en la evidencia, la política solo atiende a la victoria.