Con Jair Bolsonaro ha vuelto Dios al primer plano de la gran política, pero en realidad nunca se había ido, siempre ha estado ahí, unido a la patria, bandería o banda que lo invoca. ¿Es Dios culpable?, ¿por qué nunca hace nada para denunciar a sus manipuladores? Quizás lo haya hecho, y no haya que culpar a Dios más de lo justo: la historia está llena de gigantescas derrotas, de miles y millones de muertos, la mayor parte inocentes, sufridos por las patrias que convocaban a Dios y lo ponían al frente de los ejércitos. El problema está en que esos militantes del Dios en armas no aprenden nunca, o no les interesa, visto el botín de la apropiación: haces tuyo y solo tuyo a Dios y con ese tuteo te conviertes en su colega, socio, administrador, lugarteniente. Además, en el fondo los convocantes de Dios son ateos: lo hacen porque saben que no puede defenderse ('alevosía', en jerga penal).