Un día después de que acaben las fiestas de navidad regresa la actualidad a su festín de rutinas semanales. Los libros vuelven a las mochilas, los niños a los colegios y los padres a las jornadas laborales. La noche volverá a ser noche al descolgar las luces que la retenían unos metros más arriba. Los escaparates se llenarán de rebajas. La familia volverá a ser la mínima.

Ya estos mismos días muchos propósitos de año nuevo serán pospuestos de forma mecánica para el siguiente. Guardados en algún cajón junto al belén y los adornos navideños. Y es que es más fácil encontrar la puerta que queremos abrir que decidirse finalmente a abrirla. Afuera espera lo imprevisto, y somos animales de costumbres, hasta tal punto, que muchas veces uno diría que preferimos saber lo que no nos gusta a averiguar qué nos parece otra cosa. Un poco de miedo al cambio y otro tanto de apego al problema.

En el plano político, sin embargo, y especialmente en Andalucía, el cambio que trae 2019 con respecto 2018 tiene pinta de ir más allá del dígito que los diferencia. La derecha recibió el deseado regalo del gobierno y la izquierda probará el desconocido sabor del carbón de la oposición.

En una democracia los reyes son los votantes y su cabalgata particular de hace unos domingos puso a cada uno en su sitio. Aunque como les sucede a los niños con los juguetes, no siempre sepa uno lo que vota, o lo que se vota no valga para lo que se creía. Qué rápido pasan a ser los nuevos juguetes otros más entre los viejos. Y es que al final no importa tanto el juego como la manera en que jugamos. Y en democracia, que juguemos todos, porque si no el juego lo escogen entre muy pocos. Y eso no suele contentar a muchos. Veremos.