Querido hijo, José, tan pequeño, una semana antes de tu tiempo, y ya en la tierra malagueña de la Tierra. Sigo sin saber dejar de ser niño del todo, a pesar de la cincuentena de mis años, y ahora tú también, como hace ocho años tu hermano, me retas a ser tu padre para siempre, siempre.

Has sido nuestro regalo de Reyes, el de tu madre, el mío, el de quienes ya te quieren sólo por verte en una imagen recibida en la pequeña pantalla del móvil de apenas nacer. Ocurriste este lunes, festivo por ser siguiente al domingo en que este año de 2019 ha caído el 6 de enero. El doctor Manu Navarro y la ginecóloga en la que confió tu mamá para guiar su embarazo, Pilar Bernal, prefirieron sacarte de tu pequeño océano placentario una semana antes porque, a diferencia de tu hermano, que encajó la cabeza en el conducto de salida un mes antes, tú seguías sentado en tu sillón uterino sin intención aparente de moverte de ahí: como el principito en su planeta. Estas cosas parecen anécdotas sin sustancia, pero cuando seas mayor sentirás la necesidad de saber cómo fuiste cuando aún no eras y qué paso al llegar. Y quienes generosamente las leen se sienten concernidos, interesados en compartir ese algo que llamamos vivir y que tan poco sentido tiene si no se comparte. Tanto a ti, como, desde que nació, a tu hermano, la comunidad os asiste para no dejarnos solos a los padres en ese empeño que, en el mundo que nos ha tocado transitar, no siempre es fácil compaginar con la subsistencia.

Como tu madre aún se duele de la cesárea (a mí me gusta jugar con esa palabra fea diciendo que sacarte ya era necesáreo), llevo un par de noches cambiándote el pañal, mirándote (que no es lo mismo que sólo viéndote), ayudándote a coger el pezón de mamá, dándote un biberón de refuerzo cuando la madrugada nos cansa a los tres. No quiero perderme nada tampoco esta vez. Cuando nadie lo sabe - aunque no soy tan cándido de no saber que quienes leen esto ya lo sabrán- hago cuentas una y otra y otra vez sobre los años que tendré en cada momento para ti. Dicen las estadísticas que en nuestros días ser padre mayor ya no es raro, pero quién se siente estadística...

Cuando le escribí a tu hermano Gabriel al nacer que su cabecita prematura y rubia se había colado en la mirada de los míos, contigo ha vuelto a pasar. También tu cabecita es rubia (a pesar de que tu mamá, como la madre de tu hermano, es morena). Y también a mi hermano, tu tío, se le han vuelto a agrandar los ojos aún más desde que te mira. Pero, a diferencia de Gabriel, tú «no nadas, como antes en el vientre de tu madre, en los ojos de tus abuelos» porque ya no están. De ellos me acuerdo mucho al recordarte, mientras escribo. Gabriel tampoco los disfrutó demasiado, aunque como él, tú sí disfrutarás de abuelos maternos. Prometo renovarte sus cuentos, cantarte la nana que mi madre me cantaba a mí y que yo le canto aún a tu hermano, cuando le toca estar con nosotros, y hacer que te sientas único en el mundo. Como te prometí, aún en el vientre de tu madre, que te escribiría este artículo.