El radicalismo es el alumno aventajado de la incultura, el primo tarado de la violencia. De las aguas mansas me libre Dios, que dice el refrán. Pues a mí, lo que realmente me da miedo, es la mezcla de ambos: el fanatismo disfrazado de ideología buenista. Lo que empezó siendo un susurro minoritario que te generaba cierto malestar por contradecir según qué temas, se ha convertido en una dictadura implacable que te demoniza por salirte del pensamiento único.

Pobre de ti como digas en voz alta que el varón tiene derecho a la presunción de inocencia. Una maquinaria taimada y desquiciada te triturará sin compasión. Puede que una amiga del instituto de la que no sabías nada desde hace 20 años te llame cromañón por Facebook, que tu prima, la peonza ideológica, te diga que le das vergüenza como ser humano, o que una compañera del trabajo te tilde de maltratador a tus espaldas colgándote un sambenito falaz y eterno. Serás despellejado por ese grupo de alocadas francotiradoras que han alcanzado un logro inaudito: conseguir que el feminismo radical sea más intocable que el más inmaculado de los derechos fundamentales y, además, vestirlo de libertad, progresismo, igualdad y evolución. Pero el feminismo radical es una mentira repetida mil veces. No es más que una vileza institucionalmente financiada, bendecida por gurús como Leticia Dolera, paniaguadas como Irene Montero, o irresponsables como la propia vicepresidenta, Carmen Calvo.

Mucho ruido, poco eco, dinero sin fiscalizar, fascismo con tacón de aguja, manadas en auge, machistas desbocados, hombres buenos confundidos con alimañas, políticos que ni están ni se les espera, pancartas hirientes, mujeres que hablan en nombre de todas las mujeres, subvenciones a mansalva, denuncias falsas, hijos manipulados, auténticas maltratadas que ni huelen lo que les corresponde, monumentos a la locura, odas al insulto, periodistas chapoteando en sus fuentes, estadísticas interesadas, anillos convertidos en grilletes, traiciones de seda, leyes templadas, dedos cruzados, odios inmerecidos, medios con la brújula orientada al sol que más calienta, tertulias incendiarias, perdones olvidados, parejas condicionadas por el temor de la amenaza, niños asesinados, hogares rotos, funcionarios que callan, esquelas in crescendo, lacrimales secos por el abuso de reservas, un nuevo Se Busca, un viejo aniversario. Amores que no lo eran, y otros que sí lo fueron, lo son, y siempre lo serán.

Parece que todo vale, excepto lo único importante, el ejemplo de vida que unos padres dan a su hija cada día, para que sea valiente, segura, independiente, orgullosa, libre, sincera y mujer. Esos padres que enseñan a sus hijos a compartir, perdonar, crecer, asumir, empatizar, ennoblecerse, sacrificarse, en definitiva, a amar de verdad. Y lo hacen con algo tan simple, cotidiano y honesto como es el respeto mutuo.

Ahora nos han enzarzado en una guerra de cifras, números que bailan dependiendo de su origen. El Observatorio de la Mujer, la Fiscalía General del Estado, el Consejo General del Poder Judicial, el CIS, la Asociación de Hombres Separados, o el Grupo de Gente Normal y sin Subvenciones que está hasta los Cojones, en el que me incluyo. Vox negociando con lo suyo; el PP que sí, que no, pero puede; Ciudadanos que se desdice de su programa electoral de hace sólo tres años, Podemos que se suma al ruido y aviva el fuego; o el PSOE, con unos frecuentando el putiferio sevillano para, acto seguido, limpiarse en las cortinas de la igualdad, y con todos votando a favor de liberar asesinos y violadores incorregibles.

Políticos arrimando el ascua a su sardina, alimentando antagonismos al distinguir víctimas de primera y de segunda, o cobrar peaje por vender nuestras almas. Pues, ¿saben qué les digo? Que les hago responsables a todos ellos. Culpables. Por sus políticas del engaño, sus promesas estériles, sus posturas irreconciliables, su desvergüenza recalcitrante, y, lo que es peor, por haber sucumbido a la engañosa y dañina imposición del feminismo radical en vez de adoptar medidas valientes y eficaces que acaben de una puñetera vez con esta lacra de la violencia y el cáncer de la agresión sexual.

Posible epitafio de la próxima víctima: Entre todos la mataron, ella sola no se murió.

Sí a la ejemplar lucha por la igualdad de millones de mujeres. Sí a que la meritocracia sea la vara de medir. No a la criminalización del hombre por ser hombre. No al grito excluyente y adoctrinado. Señoras feminazis, ya pueden fusilarme, pero déjenme pedir mi última voluntad: Léanse y asimilen la biografía de Catalina de Erauso, Gabriela Morreale, Oriana Fallaci o Hedy Lamarr, y disparen después.

Moriré de viejo.