Nadie le escribe a los políticos cartas de amor ni le vuela un colibrí o una paloma sin matasellos como despedida. Lo normal es un adiós educado con frío pañuelo blanco, dejando que el que se va lo haga cruzando un puente de plata.

No va a ser ese el caso de Eduardo Martin Toval, a quien recuerdo de cerca con su ternura escondida bajo la pétrea dureza de su mirada de guerrero -incluso cuando desdoblaba una frontera cerrada por el cinco doble en su querido dominó de La Cala- y dentro de una voz grave, contundente, penetrante de ojos grandes, que fue la del martillo del PSOE en el Congreso donde fue portavoz durante ocho años. Sólido, guerrista en la batalla, culto en su retórica, con retranca serena y estratégica filosofía griega en el debate, en la dialéctica afilada, irónica, sin dobleces. De allí, del Madrid de Felipe, regresó a Málaga y le escribí entonces para dar su perfil en una entrevista de radio que era un Ulises regresando desencantado de sirenas, curtido de vientos y con un mapa de cicatrices en su cuerpo de argonauta de la política. Lo hizo con un eterno cigarrillo como espada, y la ilusión rejuvenecida de un político grande para disputar la alcaldía a dos adversarios a su altura de seducción y fuste: el ciudadano Antonio Romero de IU, el mejor que he conocido en dar respuestas con gracia y corazón de titular, y Celia Villalobos, por entonces la Juana de Arco del PP.

A los tres tuve muchas veces frente al micrófono en Onda Cero, entrevistándolos a fondo y como protagonistas de una columna radiofónica diaria de 40 segundos en Onda Cero, La Puntilla, con la que durante diez años les busqué las vueltas a sus actuaciones y discursos. A sus acuerdos de gobiernos a dos, a tres, a sus enfrentamientos estéticos y de fondo. Con Romero compartí siempre nuestro espíritu poético de lo que supone ser de verdad ciudadano; con ella, la reina del PP, muchas broncas y ese afecto extraño que se forja con el tiempo entre adversarios de frente. Pero fue con Martin Toval, con Eduardo, con el que más coincidí en lecturas, en pasiones, en debates políticos, en desacuerdo muchas veces, pero con la afinidad de quienes son honestos el uno con el otro, se respetan, se admiran y se dan un abrazo fuerte al encontrarse después de tiempo.

A pocos políticos he respetado y admirado como a él, en lo personal, en lo ideológico, en lo consecuente, en lo intelectual. Y pocos hay con su talla de persona y de político, feroz siempre con la mediocre, lo arribista, lo falso.

Ayer volvía de la misma manifestación que yo, después de ser mujer junto a las mujeres, de defender sin un paso atrás, cuando un infarto lo derribó. Eduardo, tú no podías morir de otra forma, no paseando memoria a vera del mar, ni abrochando en blancas tu última partida. A un guerrero sólo el corazón lo para.

Me quedo con esta imagen tuya de recuerdo, muy tú. La mirada seria, en guardia, leyendo al otro, dura la frente en la que cabían los clásicos del Humanismo, las ideas que defendías, los sueños en los que creías, las arrugas de las derrotas y de las conquistas que exigen mucho trabajo.

Buen viaje, sé que en una nave, desde tu Itaca de La Cala al mar abierto y libre bajo las estrellas que coronan la memoria de Ulises.