La semana pasada asistí en Ciudad de Gotham a un ciclo de charlas impartido por el afamado James Gordon, jefe de policía de la consabida metrópoli, y que llevaba por título: Villanos y delincuencia, jerarquía y escala del mal. Desde la sala de conferencias del psiquiátrico de Arkham, prisión de alta seguridad donde se encuentran recluidas las mentes criminales más afamadas de la casuística planetaria, mi amigo Jim, que es autoridad de peso en la materia y criminólogo de reconocido prestigio a nivel mundial, venía a exponer que, entre el choricillo o delincuente de medio pelo y el intocable jefe del hampa, hay una infinita gama de grises en lo que a la tipología de sujetos activos de las fechorías se refiere pero que, sin duda alguna, la mayor graduación, aquella frente a la que más prevención se precisa, es la que viene a catalogar a quienes la doctrina y la jurisprudencia han denominado como villanos de uniforme. El villano de uniforme, no se fíen, si bien puede parecer, así de primeras, un fantoche con capa sacado de Los ratones coloraos o un majarón, es, ante todo, una de las criaturas más peligrosas a nivel planetario y frente a la cual se precisa el más alto despliegue de seguimiento y alerta. Mientras Jim hablaba, pude reconocer entre los asistentes al ínclito columnista Javier Muriel quien, lógicamente, andaría por allí documentando su ya de por sí extenso y enciclopédico conocimiento sobre la materia. Tomaba apuntes tan como loco, tan abstraído, que ni siquiera se percató de mi presencia en la sala. El jefe Gordon, seguidamente, nos ilustró a todos con el bestiario más pintoresco y sobrecogedor de la casuística de Gotham. Y mentó, como no podía ser de otra manera, al Joker: un rufián maquillado a modo de payaso y con traje lila cuyo origen se desconoce pero que estuvo a punto de intoxicar a la totalidad de la ciudadanía liberando cantidades ingentes de gas de la risa. Algo similar ocurrió en su día con la doctora Pamela Lillian Isley, alias Poison Ivy, una botánica pelirroja de Seattle que, a pesar de presentarse bajo un sinuoso cosplay de maceta, es más mala que la tiña, llegando, en cierta ocasión, a poner en peligro las reservas de agua de la ciudad con el veneno que irradiaban sus toxinas naturales en sangre. Como tampoco pudo dejar de mencionarse a Oswald Chesterfield Cobblepot, alias Pingüino, el autodenominado Señor del Crimen y cuyo club nocturno ofrece cobertura, amparo y subterfugio a la peor calaña de la city. Fue entonces cuando Gordon, entre numeraciones y citas, queriendo dar participación a los presentes a modo de mesa redonda, inquirió a los asistentes andaluces a fin de que pusiéramos de manifiesto los conocimientos y experiencias acerca de los villanos con uniforme que daban presencia en nuestro ámbito geográfico. Y fue así, sin anestesia, cuando Muriel, por salir del paso y haciendo acopio de hemeroteca mental granadina, refirió de manera triunfal al denominado Ninja de Cumbres Verdes que, en plena efervescencia de chaladura, ataviado de tal guisa, hirió a una pareja de novios allá por 1992. Toda la sala murmuró su aprobación tras la erudita alusión pero, acto seguido, el público fijó sus ojos en mí aguardando otra docta y estremecedora crónica de origen malagueño. Nervioso, entre la espada y la pared, no tuve más remedio que citar, eso sí, de rabiosa actualidad, al prenda que, disfrazado de unicornio, fue detenido hace unos días por parte de la Policía Local tras asaltar presuntamente una tienda de informática a fin de arramblar un puñado de teléfonos móviles. Posiblemente, el perlas pensara que los consabidos poderes de protección y sabiduría que la mitología atribuye al equino astado iban a irradiar buenos resultados sobre su fechoría. O, simplemente, fue lo primero que pilló: un no sé qué de unicornio, medio pijama, medio bata, que, eso sí, es posible que en el tramo de la huida provocara cierto camuflaje entre ese sector de población autóctona malagueña que, por según qué zonas, utilizan el pijama y la bata para salir a la calle y el chándal para quedarse en casa. Gracias a Dios, da más risa que miedo. Gracias a Dios, así son nuestros villanos de uniforme.