Todo el mundo está en Fidur estos días. O debería. La Feria Internacional de los Demócratas Unidos y Risueños (Fidur) se está celebrando, paralela a Fitur, entre mensaje y mensaje en las redes sociales, que vienen a ser lo mismo que eran los bares de pueblo a la hora de la tarde o las peluquerías de barrio por las mañanas. Con el agravante de que en ambos contubernios no se solía colar ningún presunto ilustre con la autoimpuesta misión de salvar el mundo opinando absolutamente de todo, con una orgullosa falta de sentido común y sin haberle sido requerido en ningún momento semejante regalo.

Salen ampollas cuando, incluso algunos presuntos ingenieros con un máster en cuñadismo, hay gente que ensombrece con su prescindible opinión los esfuerzos y las decisiones sobre la marcha que se están tomando en el Cerro de la Corona, en la localidad de Totalán, en cuyas profundidades se sueña que siga vivo el niño Julen, en un ejercicio maravilloso, solidario y formidable de quiero y no puedo. Por eso espera junto a las excavadoras, los camiones y las perforadoras una UCI móvil; y por eso esos mineros se juegan la vida. Ellos ya son un milagro. El otro€ Ojalá.

El último enredo que corre el riesgo de viajar de nuestro tiempo en un Delorean directo a la Edad Media, es el de la quema de la imagen pública de la nueva consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, por un artículo que firmó hace un lustro en el diario Viva Huelva sobre la Semana Santa. La tribuna no estaba mal escrita, aunque quizá mezclaba demasiadas cosas, reflexiones, vivencias, juicios y a más de uno le podía dar la impresión de que la escribía alguien con la rabia de quien acababa de romper sentimentalmente con un cofrade. Para entendernos, digamos que la publicación podría ser un ensayo sobre el verso de Machado: «llevando un cirio en la mano, aquel trueno, vestido de nazareno». En el artículo, la hoy consejera definía las procesiones como «desfiles de la vanidad y rancio populismo cultural». Y, la verdad, ambas observaciones críticas, que no precisamente lisonjas, las he oído en bocas de cofrades que nos servían como asesores en la primera retransmisión de Semana Santa que se me encargó hacer, junto a otros compañeros, cuando empezaban las primeras emisiones de Canal Sur Radio. Y cosas peores.

A mí me gusta la Semana Santa. Mucho. Pero no me gustan igual ni valoro de la misma forma las de todos los sitios que conozco, ni todo lo que ocurre en cada sitio antes, durante y después de las procesiones. Como amo el cine, pero no me gustan todas las películas. Algunas, incluso, las detesto. Bien por su puesta en escena, su fotografía, sus efectos especiales, su argumento, su director o sus actores.

En todo caso, lo que desde luego no se debe hacer es pedir la reprobación de una consejera por haber publicado un artículo como el que firmó Rocío Ruiz, cuando ésta no se debía a una institución pública ni estaba obligada a asumir la responsabilidad de ser la representante de todos los andaluces. Pero Vox lo ha hecho. El nuevo presidente andaluz ha tratado de templar diciendo que no se haga de esto un drama. Pero la dialéctica de Vox es siempre dramática.

Con el mismo dramatismo habría que defender la libertad de expresión y que a nadie se le incapacite a priori como cargo público en esta tierra por el mero hecho de criticar una de sus más grandes tradiciones. La consejera ha respondido con humildad pidiendo, incluso, disculpas. Este pobre sepulcro blanqueado que hoy le escribe, sin conocerla de nada y sin compartir su artículo, con absoluta humildad considera que lo publicado no las merece.