Tras catorce años de nada, el Partido Popular parece haber encontrado el sentido de su ser. Los seis años de infausto gobierno de Rajoy han aportado poco, tan poco como lo que ha aportado el propio Rajoy a su partido. Un espantapájaros de plomo que vino bien a los populares en los años en los que empezó a aflorar la corrupción. Ni un movimiento, ni una acción. Rajoy mantuvo al PP criogenizado casi una década y media. Tras estos años de nada más absoluta, los cachorros que se arrimaron al partido en la época de liderazgo de Aznar, han tomado el poder. Aquellos que han estado agazapados en las segundas unidades de gobiernos y oposiciones regionales han tomado mando en plaza.

La convención pepera del pasado fin de semana ha sido un espaldarazo importante al liderazgo de Casado. No le hacía falta, pero le salió todo a la perfección. El presidente del PP puso en una balanza el liderazgo ideológico de Aznar frente al liderazgo vacío de Rajoy, un pasado reciente para olvidar frente al pasado lejano que pretenden rememorar.

Estamos, por lo tanto, ante el nuevo PP, que tiene como cimientos de su nuevo ser los del aznarismo. Un viejo PP glorioso, que inundó todo el mapa de azul en los tiempos del decadente PSOE post felipista. Casado es el clavo ardiendo al que han tenido que aferrarse los populares para no caer en una crisis más grave. Pero su inicial debilidad -escándalo masteriano de por medio- parece haberse desvanecido. El liderazgo de Casado parece que ha venido para quedarse. Tiene por delante tiempo y espacio ideológico en el que moverse. Este es el nuevo viejo PP.