Nadie pondrá en tela de juicio la afirmación de que estamos atravesando un momento convulso en distintos planos. Solo a nivel local, en Málaga capital, pensemos en la herida que mantiene abierto en canal el centro de la ciudad; con unas interminables obras que tengo curiosidad en saber cómo serán sorteadas por tronos y nazarenos, tras el revuelo provocado por el nuevo itinerario de las procesiones, pues no hay nada más subversivo que mover un punto o una coma en el mundo cofradiero, tan apegado a sus tradiciones.

Si ascendemos al nivel autonómico, aún resuenan los ecos de las elecciones andaluzas. Tras el fallo estrepitoso, una vez más, de los pronósticos, todos se preocupan por su reflejo en las futuras elecciones, pero no de los cambios que se puedan producir en nuestra región, que espero contribuyan a rejuntar la secular escisión existente entre la baja y la alta Andalucía.

En el plano nacional, resulta innegable que el deseo de independencia de una parte de la población catalana viene causando una palpable alteración de la vida pública española, ya que los medios llevan analizando a diario desde hace más de un año hasta el más leve gesto de cualquier político relacionado con ese deseo de separación. Una apetencia segregacionista planteada desde el inicio bajo unos criterios anticonstitucionales, que la hacen hoy en dia jurídicamente inviable.

Y si ascendemos al peldaño superior, en Europa hay unos movimientos extraños que van desde el no pero sí de los ingleses, con su conocida ambigüedad de la que en esta ocasión no han obtenido los beneficios que pretendían, hasta el flujo de movimientos hacia la derecha radical en diversos países como Polonia, Austria, Holanda o Francia.

Se comprenderá por ello que con este panorama tengamos a la vista unas próximas elecciones municipales, y autonómicas en el resto de las comunidades, que se auguran de mayor beligerancia partidista que sus precedentes, a tenor de los movimientos sociales existentes en toda España, y de las fracturas internas de algunos partidos políticos. E incluso no cabe descartar unas inciertas elecciones generales españolas, según sea el soporte que se le muestre a los presupuestos generales del Estado que el Gobierno acaba de presentar a las Cortes; a no ser que siga prevaleciendo el solipsismo supino del que parece estar aureolado e investido su presidente, y pretenda continuar en el pedestal sin someter su presidencia a la decisión popular.

Mas eso no es todo. También allá al fondo, como si fueran de menor entidad, pequeñitas y casi intrascendentes, se atisban unas elecciones que sin embargo son nada más y nada menos que las elecciones europeas. Se elegirán a unos eurodiputados, desconocidos para la mayoría de los votantes, que se coaligan en grupos distintos de los partidos políticos nacionales y realizan una labor tan significativa como el dictado de las normas por las que nos regimos más de quinientos millones de europeos. Controlan las economías nacionales para que no se desvíen de los presupuestos, y acuden a su rescate, regulan el funcionamiento de una moneda que es única y común en 17 países, establecen criterios de seguridad y defensa común, y la política social en materia de empleo y educación. Actúan como una potencia mundial que somos, hablándole de tú a tú a otros imperios que indebidamente reputamos superiores al nuestro. En definitiva, los eurodiputados van a regular la vida de todos nosotros.

Pero resulta que quienes asumen un rol de tanta trascendencia no solo son desconocidos y su actuación se ve silenciada en los noticieros, sino que incluso la gran mayoría de los partidos que los proponen los consideran, y ustedes perdonen, como elefantes que van a su dorado cementerio, allá lejos de nuestro país.

Recapacitemos todos, electores y partidos políticos, tanto a la hora de presentar candidatos a las europeas como cuando vayamos a votarlos; porque nos jugamos mucho en ello, sobre todo en estos tiempos tan revueltos.

*Davó Fernández es expresidente del Consejo de la Abogacía Europea