Estoy siguiendo en la prensa la ejemplar y apasionante ingeniería política puesta en marcha estos días por el Reino de Suecia para alejar del poder a los Sverigedemokraterna. Los seguidores del DS, el partido ultraderechista del en tantos aspectos modélico país escandinavo. Tanto mi fascinación como mi afecto por Suecia son ya tan antiguos como consolidados. Entre tantas otras cosas, me permiten recordar una soleada mañana en los años cincuenta en la que bajábamos por la calle Carretería en una Málaga todavía muy tocada por nuestra posguerra y la áspera tutela del Fascio. Un aroma a café - quizás era achicoria- y a pundonorosos churros perfumaba la calle. Me acompañaban unos amigos suecos. Pertenecían a la pequeña de colonia de escandinavos que se habían instalado en Málaga. En Pedregalejo o en la entonces barriada malagueña de Torremolinos donde habían empezado a conocer y a amar unos pequeños y entrañables paraísos.

Nos alarmó el estruendo detrás de nosotros. Provenía de un carruaje que se desplazaba a gran velocidad sobre los adoquines de la calle Carretería. Mis amigos quedaron fascinados por la extraña figura que nos dominaba desde el pescante mientras daba furibundos latigazos al pobre mulo. De pie, desencajado, sudoroso, era una especie de auriga trágico, salido de una película de terror del cine mudo. Mis conocimientos del idioma sueco se hallaban todavía en niveles muy básicos. Aun así pude comprender lo que decía una de mis amigas: «Es evidente que ese señor no siente ningún afecto ni por su mulo ni por los que vamos por esta calle. Lo siento por él. No es bueno estar tan enfadado».

En realidad fue toda una instructiva lección de cortesía burguesa de la vieja Europa nórdica. Durante unos años el sueco sería mi segundo idioma. Lo sigo agradeciendo. Pues cada idioma es un pequeño universo único, cuyos sistemas fluviales alimentan mundos insospechados. Además el sueco me gusta porque puede ser melodioso y expresivo. Sobre todo en Estocolmo y su zona de influencia. La verdad es que siempre me sentí muy cómodo en aquella simpática tribu malacitana de amables residentes escandinavos, inmersos en su feliz aventura española. Algunos de mis mejores amigos vienen de aquella época. De todos aprendí. Entre otras gratas casualidades tuve el privilegio de poder conocer a unos inolvidables miembros de la Familia Real sueca.

El príncipe Carlos Bernadotte - un leal amigo de España - se exilió en Málaga hace ya medio siglo. Tuve el honor de conocerlo gracias a amigos comunes en su hermosa casa de campo, en el camino que une al pueblo de Benalmádena con la costa. Falleció entre nosotros el 27 de junio del 2003.

En la segunda mitad de los años setenta, también tuve el honor de conocer a la Reina Madre de Dinamarca. La reina Ingrid, hija del rey Gustaf VI Adolf de Suecia y esposa del príncipe heredero del Reino de Dinamarca. La que en la primera mitad de los años 1940 fue heroica en su resistencia a los ocupantes nazis de ese maravilloso y pacífico país. A partir de 1976, cada mes de noviembre la Reina residió, en compañía de sus damas de honor, en el Hotel Los Monteros de Marbella, donde yo trabajaba. Eran obvios el inmenso afecto y el prestigio de la Soberana entre sus súbditos.

Y fue también en Marbella donde conocí a su hermano, el Príncipe Bertil, hijo de Gustavo Adolfo, 'el viejo Rey'. Nunca los olvidaré, ni a él ni a la que se convertiría en su amada esposa. Su Alteza Real la Princesa Lilian de Suecia. La historia de su vida juntos nos sigue emocionando. Británica y nacida en Gales, conoció al Príncipe Bertil durante la segunda guerra mundial, cuando éste era el Agregado Naval de la embajada de Suecia en Londres. Esperó durante muchos años el final de la prohibición del 'Viejo Rey'. El monarca sueco se oponía a su matrimonio con el príncipe Bertil, por no pertenecer ella a la nobleza. La princesa Lilian falleció el 10 de marzo de 2013. Con la hermosa edad de 97 años. Recibió honores reales. Fue un maravilloso ser humano cada día de su vida. Los suecos la adoraban. Siempre tuvieron buen gusto.