Uno, ignorante de tanto, pero inculto a rabiar en eso de la moda -y a mucha honra, me digo si pienso en el cateto Josie, el experto en trapos, guiñapos, fantoches, astracanadas, y regüeldos de provocador patético que mantiene en Zapeando una sección alucinógena porque le va al programa tanto como una mujer votando al partido del vaquero que ha empezado la reconquista de una España en descomposición-, digo que soy un inculto en eso de la moda, y que como tal me quedo con simplezas genéricas, con eso de que las modelos son fideos andantes, esqueletos de pasarela, muertas en vida, doblegadas por la tiranía de unos gustos marcados por tipos sin escrúpulos que terminan alcanzando e influyendo en mujeres que se acomplejan de sus kilos, de sus curvas -por cierto, quiero dejar aquí constancia de la labor del diseñador andaluz Alfonso Sánchez, que ganó el primer premio en Futur Adlib 2017, afincado en Ibiza, joven y con ideas potentes, con un sentido de la vanguardia emparejada a la elegancia, y que apuesta por «la revolución de las curvas, es decir, por la diversidad y la normalización de las tallas en la industria de la moda»-. Mi ignorancia en este mundo hace que me quede en lo anecdótico, en la superficie, y por eso destaco banalidades, tonterías, detalles que no hablan del trabajo de verdad, de la industria que hay detrás, del esfuerzo sesudo de tanta gente, y por eso resalto que el mundo de la moda es sólo una guerra entre modelos, que sacan rápido el cuchillo para rebanarse el cuello unas a otras. Y en estas llega Toñi Prieto, responsable de programas de entretenimiento de TVE y, sobre Maestros de la costura, que ha vuelto a La 1 como si regresara el señor del monte bajando las tablas del gran espectáculo, y dice que en esta edición hay emoción y «mala leche». Si una responsable dice esto, es decir, destaca eso, es como cuando resumes una peli y dices que al protagonista se le ve la cuca, o sea, lo destacas porque es un cebo, un atractivo, un buen mensaje para vender el producto. Es decir, que además de la mala leche entre modelos ya sé que la moda y sus alrededores catódicos también destilan mala leche en televisión entre diseñadores. ¿O entre el jurado y los aspirantes? ¿Debe una televisión pública apostar por ese tipo de competición tan bestia? A quién le importan estas tonterías. Sólo hay que ver el apoyo a una competición tan bestia, con tan mala leche, en Masterchef, y ahí está, tampoco nos la vamos a coger con papel de fumar. Adelante, entonces.

Todos lloran

El primer día, el del estreno la semana pasada, los concursantes se mostraban como se mostrarían los gladiadores antes de salir a la arena, cagados vivos porque sabían que uno tenía que salir de allí con las patas por delante acuchillado por el otro, siendo el otro el avinagrado Lorenzo Caprile, que con solo su presencia y sus sentencias hace temblar el mundo del alfiler. Veo a cachos la repetición -escuchar a mi madre regañar a algunos aprendices sobre cómo hay que coger la aguja para hilvanar es como tener a Caprile al lado, y acojona-, y veo cómo el jurado se va acercando a cada aspirante para comentar, apuntillar, matizar, o regañar sobre la prueba que hagan en ese momento como lo hacen los hombres de negro a los países que han de meter por la vereda de los mercados, putos gobernantes que no pasaron por las urnas pero deciden y castigan hasta la tortura como hicieron en Grecia y ahora, arrepentidos como zorras de corral, piden perdón. Es verdad que también hay un ratito para la emoción y la lágrima. Levanto un momento los ojos del libro que leo -sobre la Granada de los Reyes Católicos y el inquisidor tremebundo Cardenal Cisneros- y veo que todo el mundo lloriquea empapando sus mejillas con el maquillaje corrido cuesta abajo. María Escoté, diseñadora que forma parte del jurado, porque Lara, argentina, 41 años, dice que el trabajo que ha presentado se ha inspirado en sus vestidos y que ha usado el azul -impuesto por su padre, que no entendía que su hijo coqueteara con trapitos- y el rosa -que su madre le daba por lo bajini-, Alejandro, 38 años, malagueño, que se reconoce en esa historia -«soy gay»-, Pedro, que deja escapar unos lagrimones como cebollas, y la propia presentadora, Raquel Sánchez Silva, que se retira el agüilla emocional con un resto de tela que ha pillado por ahí.

Ni tutelas ni tutías

Sonriendo, de pura empatía, Alejandro Gómez, conocido en la geografía de los talleres de costura como Palomo Spain, no me pregunten por qué. Es el más tímido y suave de formas pero el más chocarrero y radical vistiendo. Es un cachondo con espíritu macarra y lolailo. La otra noche llevaba sobre el hombro un puñado de colas de conejos teñidas de amarillo, un traje dorado con camisa abierta que le dejaba al aire los pelos rizados del pecho, y unos zapatos de tacón tan alto que bien podrían venirle bien al pequeño Aznar, aunque bien pensando este altivo pastor ideológico ha subido en el «nuevo PP» como la leche antes de desbordarse en el cazo donde se cuece. El PP ha vuelto, dice con arrojo de aprendiz el costurero Pablo Casado, que en el taller del rearme extremo, con hilitos y agujas del maestro Abascal, está cosiendo un traje a la medida del padre Josemari, fatuo el otro día sobre el escenario alentando a sus fieles en la convención popular para que se dejen de pamplinas o, mejor, para que el aprendiz avance sin «tutelas ni tutías» -salvo la suya-. Vamos cerrando. ¿A qué hora termina Maestros de la costura? Cerca de las dos de la madrugada, y es una putada. Es verdad que ver a una señora santiguarse ante la figura de una estatua llamada Rocío a la que pide, y no es broma, que le ayude en esta «nueva aventura», es muy gracioso, más si la señora se llama Saray y lo hace disfrazada de flamenca de cueva del Sacromonte para japoneses, es descojonante, en serio, pero ni siquiera eso justifica ese horario demencial. No me extraña que el jurado, los aprendices, y la audiencia echen sapos por la boca y críen tensión y mala leche.

La guinda

Fran y el bote

Por fin ha decidido Mediaset que Fran se lleve el bote. Fue el martes cuando se embolsó lo que en justicia se merece el asturiano, más de un millón y medio de «eurazos», como la dirección de Pasapalabra le hacía decir cada tarde emulando sin mucho arte pero con la gracia del patoso social a Christian Gálvez. Telecinco tendrá desde ya que crear a otro personaje para que el ¡Boom! de Antena 3 no siga quitándole más audiencia.