No es el partido, es el líder. Los liderazgos unipersonales contravienen la canalización partidista impuesta por la Constitución, pero se han convertido en las nuevas marcas desde la reducción del bipartidismo a la mitad y bajando. Errejón ha inaugurado el desembarco a gran escala en España de los macrones, en honor del político francés que en agosto era ministro de François Hollande y a la primavera siguiente presidía Francia entera. Emmanuel Macron no se había presentado nunca antes a unas elecciones.

Vista la repercusión de su mudanza, Errejón ha desbordado a precursores como Ada Colau, Manuela Carmena, Manuel Valls o Miguel Ángel Revilla. Todos ellos eclipsan a sus formaciones. Más Madrid o Barcelona en Comú serían denominaciones desaconsejables, si no persiguieran precisamente desplazar al colectivo en beneficio del líder nominal.

En el bipartidismo, el número dos no desbanca al macho alfa por mucho que llegue a despreciarlo. Ni Fernando Abril Martorell arremete contra Suárez, ni Alfonso Guerra se rebela contra González. En el PP, el hoy faraónico Aznar aguarda a que Fraga le ceda el trono, y Soraya Sáenz de Santamaría no arremete contra Rajoy pese a encargarse del trabajo sucio porque del limpio no había demasiado. La aceleración de los tránsitos al ritmo de una centrifugadora obliga a Errejón a no resignarse, y a empuñar el número uno antes de que caiga su

predecesor. Es un golpe de audacia inaugural, a cargo del político español con mejor imagen entre quienes no piensan votarle.

Los líderes definen a sus seguidores hasta el punto de que Macron traslada las iniciales de su nombre a En Marcha. La abreviatura de Ignacio Errejón puede conducir a un Inventar España, igualmente intrascendente por pretencioso. Los macrones han llegado al poder traicionando o desafiando a los anteriores propietarios de sus siglas. De ahí que persigan el liderazgo de colectivos invertebrados, sin capacidad de respuesta. Nada nuevo bajo el sol. Los dos últimos presidentes estadounidenses han sido elegidos tras desgajarse del tronco Demócrata y Republicano, respectivamente.

Las sucesivas purgas en Podemos demuestran que la calidad de mejor amigo del líder es una categoría inferior a compañero sentimental del número uno, en el escalafón definido por la nueva nomenklatura. El comportamiento del primer partido del mundo que promueve un referéndum para aprobar el chalet de su guía no es una traslación inmediata de la dinastía norcoreana Kim pero, a la luz de los precedentes, no es absurdo vaticinar que dos mellizos se disputarán el liderazgo de la formación antisistema. En la estela de la sacralización del linaje propio, el presidente de Estados Unidos aloja a sus visitantes oficiales en el Trump International Hotel de Washington. Los mandatos unipersonales tienden a la caricatura que antaño amortiguaba la estructura partidista.

Los macrones pillan a la sociedad por sorpresa, debido a que la ingenuidad de su asalto al poder en solitario se interpreta erróneamente como inocencia. Errejón eleva esta virginidad imagológica a la enésima potencia. Nació para colocarse delante de una cámara y un micrófono, pero necesita endurecerse si no quiere aislarse en su perfil tintinesco. Carece de lado oscuro, y quizás ha llegado el momento de dejarse crecer la sombra ahora que le ha llegado el momento de ser examinado "con los ojos de la historia", en expresión del polígrafo Menéndez y Pelayo.

PP y PSOE han necesitado cuatro décadas para extraviar su magnetismo electoral. Podemos ha cubierto el ciclo completo de lo imprescindible a lo desfasado en cinco años. La culpa vuelve a ser de la feroz ruleta de acontecimientos. A cambio, los macrones surgidos como solistas tras la desaparición de la banda citada poseen el carisma suficiente para presentarse ante el público en solitario. Por contraste, Sánchez y Casado son meros administradores de las ruinas de partidos vetustos, que nadie fundaría hoy. El oscuro doctorado y el titular de un máster fantasma adoptarían la misma condición espectral sin el desvencijado paraguas socialista o popular. En unas elecciones sin siglas, no tendrían garantizado ni el propio escaño. El presidente Leopoldo Calvo Sotelo perdió hasta su puesto en el Congreso a resultas de la debacle ucedista de 1982.

Se ha disparado la gradación narcisista de la política española. Las encuestas más dispares demuestran que nadie votaba en persona a Rajoy, llegado al poder con una imagen personal desastrosa y que no realizaba ningún esfuerzo por maquillar. Frente a los números uno del estallido populista, el último presidente del Gobierno del PP presumía de su condición de número cero, que a punto estuvo de mantenerlo durante una década en el cargo. En las antípodas, los macrones no solo dan nombre a un partido, sino a un país entero. Véase a Bolsonaro, más famoso ya que Brasil.