Dejemos a un lado causas y misterios, que ya tendrán respuesta. Bien. Casi todos suponían que Julen estaba muerto; y si hicieron como si no lo supieran fue por respeto a la esperanza de la familia, y al remotísimo hilo de vida de Julen. Todos sabían que era un rescate de alto riesgo, por un pozo sin caja segura en terreno de varios tipos. Y si, apurando al límite la seguridad, nadie (ni los que se la jugaban al bajar), puso en la balanza el factor peligro, fue por respeto a la ética de la propia misión. Todos sabían que en una proeza técnica y humanitaria así había una cuota de gloria a repartir. Y sin embargo no afloraron celos ni protagonismos. Todo se puso al servicio de la misión misma, del valor que se daba al remoto albur de salvar al niño y, en el fondo, a la obligación de recuperar su cuerpo. La alta calidad de los valores surgidos en el pozo de Totalán es la herencia de Julen.