No importa lo cerca o lejos que quede Totalán de cada uno, estos días pasados, la localidad ha estado en el corazón de todas partes. La triste noticia del pequeño Julen atrapado en el pozo y la retransmisión de su complicado rescate ha protagonizado la parrilla informativa durante todo el proceso: complicado en la ejecución, titánico en el esfuerzo y demoledor en lo emocional. En ese momento no había tiempo para la reflexión. Lo importante era ir con todo a sacarle del agujero, como fuera. Ingenieros, bomberos, psicólogos, mineros, policías, guardias civiles, y un numeroso grupo de trabajadores y voluntarios se han coordinado y lo han dado todo con una única idea en la cabeza: no parar hasta llegar a Julen. El escenario era complejo, y cada paso otra complicación, pero los dieron con firmeza y decididos. Han sido un incansable ejemplo. Eso nadie lo pone en duda. Y tampoco la generosa y espontánea implicación de los vecinos ofreciendo alojamiento a todo el equipo, comida y disposición para hacer cualquier cosa que pudiera ayudar. Lo que genera debate es el comportamiento de algunos medios de comunicación y sus programas, la manera de tratar la noticia, sus constantes conexiones en directo y sus preguntas, las recreaciones innecesarias y teorías impertinentes, los minutos de gloria de algunos, el oportunismo de otros. Y lo que queda. En esta época digital parece que son muchos los medios que no encuentran su papel. Ni sus límites. Ni quien los pare. No estaría de más que alguno se preguntara por la diferencia entre informar de una tragedia y transformarla en espectáculo. Hay líneas que no se deberían cruzar. Y menos tan a menudo y a la ligera. Hay que pararse a reflexionar, y hay que hacerlo antes de que la actualidad cambie rápido de nombre. Todo va demasiado acelerado, menos lo que corre prisa.