El pasado lunes, camino del trabajo, me encontré a un antiguo compañero de facultad. Pesadísimo. Entonces y ahora. Llevaba el tío su pañuelo palestino, como en aquellos años de la universidad, sin descartar que fuese el mismo pañuelo. Lo llevaba por estética y política, claro, no por ese vendaval que hizo el lunes. Pues caminando un tramo de la calle Cuarteles, y haciendo honor a su fama, me acompañó hasta el río con su indignado discurso sobre la situación venezolana. «Qué vergüenza, y se llaman demócratas», me decía mientras yo me zafaba de él sin el clásico «me alegro de verte» y sí con el sincero «Juan, a mí es que Venezuela, ni me va ni me viene, por no decirte que me la pela». Aún mirándole mientras se despedía el puño en alto, tropecé con un montón de basura acumulada al pie de un contenedor. No se rió Juan, pero si el operario de Limasa que se alejaba empujando su carrito verde... ya en el trabajo, bueno, lo de siempre. Me tocaba pagar el café.

El martes, con el mismo vendaval, salí algo más tarde de casa pero allí seguía Juan, con el mismo pañuelo, y con el discurso donde lo había dejado: «¿Pero a Trump y a los americanos qué carajo le importa Venezuela?» le oía decir mientras prácticamente huía de mi excompañero de estudios, sorteando como con un sexto sentido la acumulación de latas y botellines que un día después aún seguía allí. El operario de Limasa, esta vez, no rió, pero no se me olvida su mirada. Ya en la calle Salvago no pude comprender por qué de nuevo tuve que pagar los cafés.

Extrañado por cómo iba la semana, y con cierta previsión, cambié de ruta el miércoles y salí más temprano. Cómo sospechar que el viento sopla más fuerte por los Callejones del Perchel. Cómo intuir que Juan desayuna al lado de El Corte Inglés, viendo el canal 24 horas. No me sorprendió comprobar que la basura no entiende de barrios. «¿Un café?» «Venga, pago yo, qué cojones». Adivinen a quién me encontré el jueves, da igual por dónde fuera y cómo de fuerte soplase el viento, la basura seguía amontonada junto al contenedor equivocado. Ayer viernes escribí estas palabras sin salir de casa en todo el día y Juan me envío un email llamándome a la revolución, la basura aguantó un día más en la bolsa y afuera el viento silbaba anunciando la llegada de nada bueno. Hoy es sábado. Y hoy, hoy, es el Día de la Marmota.